Escrito por Jesús Santrich, Integrande del EMC de las FARC-EP
Domingo, 03 de Junio
de 2012 00:08
Hoy, estas reflexiones las hacemos en medio del agobio que
impone la globalización capitalista con los estertores propios de su crisis
estructural profunda que la hacen más feroz e indolente. Es globalización que
encierra además de lo económico y lo político, los ámbitos de lo cultural: se
ha propuesto en este plano, no con poco éxito el capitalismo, moldear a la
humanidad a la medida de sus intereses mezquinos, a la manera de un manso
rebaño de consumidores, una ingente grey de clientes domesticados, dominados,
sometidos en el ser y en el espíritu. Es su tradición, y en ello se ha
desbocado.
Con su enorme maquinaria mediática y sus aparatos
ideológicos de manipulación de la conciencia implanta los valores de la
dominación y emprende la destrucción de la propia identidad, extirpando o
aplastando la diversidad artística, literaria, poética…, la creatividad de las
naciones y las etnias o de las comunidades del orbe colocando el estilo de vida
“occidental” euro-céntrico, y peor aún, el norteamericano-gringo más decadente
como paradigma de la humanidad.
El propósito de la llamada transnacionalización de la
cultura emprendido por los grandes medios de comunicación masivos, son los
artífices de la globalización cultural, del desarraigo de la tradición
auténtica, los generadores de la llamada conciencia planetaria, en detrimento
de la multiplicidad, de la diversidad y de las identidades nacionales plurales.
En esto, la vigencia del Manifiesto Comunista es abrumadora:
“En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a
sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia
universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material
como a la producción intelectual”. Y he aquí entonces la descripción de esa
“aldea global” de la cual se dice que Herbert Marshall McLuhan escribió por
primera vez en los años sesenta.
Este escritor canadiense, no obstante estar refiriéndose a
un asunto ya vislumbrado por el filósofo de Tréveris, en los años sesenta del
siglo pasado hace, respecto al tema de las comunicaciones, importantes aportes
con su teoría “el medio es el mensaje”, la cual se convierte en lema de la
contracultura de esa época. Sobre este asunto, en su libro Sociología de la Guerra, dos mundos en
conflicto, en el que hace un profundo análisis sobre las causas sociales,
políticas, económicas y sobre todo culturales que ha originado los conflictos
ideológico y militares de la humanidad a través de la historia, el Mayor
colombiano Gonzalo Bermúdez Rossi, apunta basado en el concepto de “aldea
global” de McLuhan, que “los factores sociológicos, muestran una inmensa
disgregación social de la población, producto de la globalización mundializada:
interacciones e interrelaciones sociales a nivel mundial harto distantes; lo
local es moldeado y manipulado por centros de poder a distancia (aspectos
teledirigidos, desarraigo social, destierro, desplazamiento, etc.); en últimas,
penetración de numerosas sectas religiosas, satánicas, de santería, etc.
Psicológicamente, el asunto no puede ser peor: alienación de la población
(‘In’, ‘light’, que es lo globalizado de hoy); se inculca a la ‘gente
globalizada’ que compra, el nuevo status de ‘inteligente, distinguida y
moderna’. El esnobismo inducido será algo notorio”. ( Mayor Gonzalo Bermúdez
Rossi, en Sociología de la
Guerra, dos mundos en conflicto. Versión digital, edición
2012. Págs. 408-409).
Aunque McLuhan había solamente hecho referencia al espacio
físico y no propiamente al ciberespacio con las características con que hoy se
conoce, tenía como Marx el convencimiento de que los avances tecnológicos y
científicos impactarían en las relaciones sociales de una manera tal que
generarían interdependencia planetaria. McLuhan precisaba, en tiempos en que no
había internet, que la televisión y los medios electrónicos en general tendrían
un influjo que superaría “el material comunicado”; y que el avance de esos
medios electrónicos y audiovisuales tendría un desarrollo que reemplazaría el
formato tradicional impreso de los libros y la presentación de la literatura.
Vislumbrando esa aldea global, más de un siglo atrás Marx
había escrito en el manifiesto que: “La gran industria ha creado el mercado
mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial
aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de los
medios de transporte por tierra”. Y un poco después de publicar el manifiesto,
en una carta del 27 de febrero de 1852 dirigida a su amigo Josef Weydemeyer, le
escribe: “¡Magnífico momento para venir al mundo! Cuando pueda irse en siete
días de Londres a Calcuta, tú y yo estaremos ya decapitados o dando ortigas. ¡Y
Australia, y California y el Océano pacífico! Los nuevos ciudadanos del
universo no acertarán a comprender cuan pequeño era nuestro mundo”.
El asunto en uno y otro caso es resaltar que la humanidad ha
previsto las transformaciones de que es capaz a futuro, apreciando incluso y de
manera muy específica el impacto que comunicación produciría en el mundo
contemporáneo, bocetando para el caso del marxismo no solamente los efectos de
la globalización capitalista sino sus raíces y el derrotero que la lucha de
clases tendría hasta llegar a su superación.
Pero detengámonos un poco en pensar en que la mediatización
de las relaciones humanas por los dispositivos tecnológicos, yendo desde el
telégrafo hasta la comunicación virtual más avanzada que ha hecho,
supuestamente, del planeta una aldea, instrumentalizada por los explotadores y
opresores se convirtió en factor principal de alienación, en factor que ha
ocasionado la pérdida de contacto espiritual entre las persona, la quiebra de
la intimidad que requieren las relaciones personales y el enramado comunitario.
Es decir, aquella preocupación que el filósofo Henri Bergson anticipó también
sobre la mecanización del espíritu que arrastraría el progreso tecnológico, en
el cual advertía enormes dificultaría para el florecimiento del ser social y
que hoy pudiéramos encontrarla descrita ya no como hipótesis sino como vivencia
en las meditaciones de quienes escriben para justificar ese mundo globalizado o
para enfrentarlo. Eduardo Galeano, por ejemplo, ha escrito que “en la aldea
global del universo mediático, se mezclan todos los continentes y todos los
siglos ocurren a su vez. «Somos a la vez de aquí y de todas partes, es decir,
de ninguna», dice Alain Touraine, a propósito de la televisión: «Las imágenes,
siempre atractivas para el público, yuxtaponen el surtidor de gasolina y el
camello, la Coca-Cola
y la aldea andina, los blue jeans y el castillo principesco». Creyéndose
condenadas a elegir entre la copia y la cerrazón, muchas culturas locales,
desconcertadas, desgarradas, tienden a borrarse o se refugian en el pasado”.
Dejando que hablen por si solos, sin intermediarles
explicación, recreemos estas últimas líneas con algunos pasajes más extensos
del escritor uruguayo anti neoliberal plasmados en su obra Patas arriba (del
capítulo Pedagogía de la soledad). Ediciones Catálogos. Bs. As, 1988:
- “La guerra es la continuación de la
televisión por otros medios, diría Karl von Clausewitz, si el general
resucitara, un siglo y medio después, y se pusiera a practicar el zapping. La
realidad real imita la realidad virtual que imita la realidad real, en un mundo
que transpira violencia por todos los poros. La violencia engendra violencia,
como se sabe; pero también engendra ganancias para la industria de la
violencia, que la vende como espectáculo y la convierte en objeto de consumo”.
- “Ya no es necesario que los fines
justifiquen los medios. Ahora los medios, los medios masivos de comunicación,
justifican los fines de un sistema de poder que impone sus valores en escala
planetaria. El Ministerio de Educación del gobierno mundial está en pocas
manos. Nunca tantos habían sido incomunicados por tan pocos”.
- “En el siglo dieciséis, algunos
teólogos de la iglesia católica legitimaban la conquista de América en nombre
del derecho a la comunicación. Jus communicationis: los conquistadores
hablaban, los indios escuchaban. La guerra resultaba inevitable, y justa,
cuando los indios se hacían los sordos. Su derecho a la comunicación consistía
en el derecho de obedecer. A fines del siglo veinte, aquella violación de
América todavía se llama encuentro, mientras se sigue llamando comunicación al
monólogo del poder”.
- “Alrededor de la tierra gira un
anillo de satélites llenos de millones y millones de palabras y de imágenes,
que de la tierra vienen y a la tierra vuelven. Prodigiosos artilugios del
tamaño de una uña reciben, procesan y emiten, a la velocidad de la luz,
mensajes que hace medio siglo requerían treinta toneladas de maquinaria.
Milagros de la tecnociencia en estos tecnotiempos: los más afortunados miembros
de la sociedad mediática pueden disfrutar sus vacaciones en la playa atendiendo
el teléfono celular, recibiendo el e-mail, contestando el bíper, leyendo faxes,
devolviendo las llamadas del contestador automático a otro contestador
automático, haciendo compras por computadora y distrayendo el ocio con los
videojuegos y la televisión portátil. Vuelo y vértigo de la tecnología de la
comunicación, que parece cosa de Mandinga: a la medianoche, una computadora
besa la frente de Bill Gates, que al amanecer despierta convertido en el hombre
más rico del mundo. Ya está en el mercado el primer micrófono incorporado a la
computadora, para dialogar a viva voz con ella. En el ciberespacio, Ciudad
celestial, se celebra el matrimonio de la computadora con el teléfono y la televisión,
y se invita a la humanidad al bautismo de sus hijos asombrosos”.
- “La industria de la comunicación,
la más dinámica de la economía mundial, vende los abracadabras que dan acceso a
la Nueva Era
de la historia de la humanidad. Pero este mundo comunicadísimo se está
pareciendo demasiado a un reino de solos y de mudos”.
- “Los medios dominantes de
comunicación están en pocas manos, pocas manos que son cada vez menos manos, y
por regla general actúan al servicio de un sistema que reduce las relaciones
humanas al uso mutuo y al mutuo miedo. En estos últimos tiempos, la galaxia
Internet ha abierto imprevistas, y valiosas, oportunidades de expresión
alternativa. Por Internet están irradiando sus mensajes numerosas voces que no
son ecos del poder. Pero el acceso a esta nueva autopista de la información es
todavía un privilegio de los países desarrollados, donde reside el noventa y
cinco por ciento de sus usuarios; y ya la publicidad comercial está intentando
convertir a Internet en Businessnet. Internet, nuevo espacio para la libertad
de comunicación, es también un nuevo espacio para la libertad de comercio”.
- “Los medios de comunicación,
¿reflejan la realidad, o la modelan? ¿Quién viene de quién? ¿El huevo o la
gallina? ¿No sería más adecuada, como metáfora zoológica, la de la víbora que
se muerde la cola? Ofrecemos a la gente lo que la gente quiere, dicen los medios,
y así se absuelven; pero esa oferta, que responde a la demanda, genera cada vez
más demanda de la misma oferta: se hace costumbre, crea su propia
necesidad, se convierte en adicción. En las calles hay tanta violencia como en
la televisión, dicen los medios; pero la violencia de los medios, que expresa
la violencia del mundo, también contribuye a multiplicarla”.
La “devaluación del mundo de los hombres”, la creciente del
modo de vida burgués, borreguil, propio de la sociedad de consumo va creando
una condición humana que sólo atiende a los dictámenes del dinero, el consumo y
la condición social, devaluando la subjetividad, anonadando la conciencia,
reificando su ser, cosificándolo, colonizando su mente y su existencia toda,
abatiendo su identidad, su memoria histórica, al tiempo que lo asimila y lo
subyuga aculturizándolo y quitándole su sensibilidad, no en el sentido de
enrumbarlo por la senda de la interculturalidad, no; sino imponiéndole un
sistema de tras-nacionalización cultural asincrónico, desigual, que impone el
estilo cultural del colonizador cuya esencia es el capital, la mercantilización
de la vida, en peores circunstancias que en todos los tiempos; ahora con un
peligro real de destrucción de la vida y el planeta por cuenta de su desmadre,
lo que conmina a los revolucionarios a priorizar la praxis anticapitalista
tomando toda la herencia universal humanista que evite el caos y retome un
rumbo de búsqueda de la justicia.
Este, quiérase o no, es un asunto de vida o muerte que
exhorta al concurso convergente de los pueblos oprimidos del mundo, y que tiene
que ver con la necesidad de una revolución cultural urgente; requiere de
acciones revolucionarias concretas, grandes y pequeñas, que sumen esfuerzos
desde cada rincón del orbe, tal como ocurre con la creación heroica del
comandante Marulanda, forjador de un proyecto político-militar que desde la
periferia resiste entregándolo todo por la casusa de los pobres de la tierra.
Ese campesino que además fue aserrador, hacedor de caminos y trochas,
constructor de casas humildes, expendedor de carne, vendedor de dulces,
panadero, trabajador materialmente paupérrimo y espiritualmente grandioso, como
nunca nos inspira desde su fusil tonante y las melodías bucólicas de su violín
montañero del que sacaba las notas de esperanza luminosa para colgarlas cual
chispas de fe en la oscura noche colombiana.
A la memoria viene la manera sencilla y didáctica como
utilizando el símil de la orquesta sinfónica explicaba la forma y el fondo de
lo que debe ser el accionar político-militar de las FARC para avanzar en la
concreción del Plan Estratégico:
“Todo proyecto de una organización política-militar como las
FARC con fines revolucionarios y estratégicos a corto y largo plazo para la
toma del poder mediante la combinación de las diversas formas de acción de
masas, -dice Manuel- requiere de sus cuadros más esclarecidos, constancia, perseverancia,
esfuerzo, dedicación, conocimientos locales, regionales y nacionales de la
problemática que nos rodea en un país lleno de conflictos sociales para acertar
en la formulación política, táctica y estratégica a largo plazo y en lo posible
en alianza con otras fuerzas que asuman el compromiso de luchar por los
cambios.
El Estado Mayor Central, todos sus integrantes -en total
31-, son como los integrantes de una gran orquesta de resonancia nacional e
internacional, en la que cada uno de ellos, estructurados política e
ideológicamente, calificados y experimentados en su especialidad, ejecuta un
instrumento, desde el más complejo hasta el más sencillo.
Los mandos medios en permanente activad política-militar con
tropas guerrilleras entrenadas, son el componente humano para darle continuidad
al Plan Estratégico, hasta que las condiciones objetivas y subjetivas surjan en
los grandes centros urbanos de acuerdo a la profundización de la crisis al
interior de los partidos tradicionales en lo político, económico y social, y
que las masas tengan un alto grado de organización y concientización sobre el
objetivo a conquistar, y no quieran seguir más siendo gobernadas por los de
arriba como antes, para que se produzca el cambio revolucionario, bajo la
dirección de FARC.
Las finanzas son el motor que genera la energía y alimenta
los instrumentos de la orquesta. Todos los plenos y conferencias se realizan
para coordinar y afinar todos los instrumentos y ejecutar la melodía al ritmo
del interés general, de un escenario repleto de masas. En nuestro caso esos
instrumentos son: el Plan Estratégico, la Plataforma Bolivariana
por la Nueva Colombia,
el Programa Agrario, las Normas Internas, el Estatuto y el Régimen
Disciplinario, el accionar militar constante, el Partido Clandestino, el
Movimiento Bolivariano, la solución política al conflicto social y armado, el
Intercambio humanitario, la
Agenda Común para la paz, entre otros.
El Secretariado dirige la orquesta a escala nacional y afina
los instrumentos en cada Bloque y en cada Frente. Si alguno no suena tal como
lo requiere el Plan Estratégico, hay que acoplarlo hasta que el instrumento
logre la sintonía requerida por el conjunto de la orquesta. Esta sintonía se
logra mediante la subordinación a los organismos superiores, el cumplimiento de
planes y órdenes, el gasto austero, la capacidad de análisis ante los nuevos
acontecimientos, el excelente comportamiento interno, sin desviarse a uno u
otro lado en la política de masas; manteniendo la unidad de mandos, combatientes
y población civil.
Si estos elementos son tenidos en cuenta, será muy poco lo
tengamos que agregar en ajuste de planes”.
Evocar a Marulanda en un 26 de marzo, al lado de Beethoven,
haciendo del día del derecho universal de los pueblos a la rebelión armada una
inconmensurable Oda de la alegría, una oda de fuego cual sonata épica que
anuncia la hora de los pobres, hace parte de la simbología de la resistencia
que debe colmar un proceso de revolución cultural. Colocar en un mayo de
esperanzas el recuerdo del nacimiento de la Novena Sinfonía al
lado de las memorias del surgimiento de las FARC, es animar la hora de los
ofendidos para que alcen sus banderas contra la muerte definitiva del reino del
Capital.
La revolución que acabe con ese monstruo implacable no debe
demorar más; no permitamos que nos siga succionando la sangre: este no es el
Drácula de Bram Stoker, porque aunque sea un vampiro que vive de la sangre
humana, de la fuerza de trabajo de los explotados; aunque vive de la vida ajena
de las mayorías sometidas, como un paracito abominablemente insaciable y
mezquino que asesina a los trabajadores succionándoles la sangre, tiene además
una terrible sombra de miseria, de depredaciones, de hambrunas de
miserabilización que agobia a la humanidad y la está llevando al acabose; y
aunque vampiro, no es como aquél mítico de las historietas que se podía repeler
con espejos. Ni los rayos del sol ni los espejismos, ni crucifijos o guirnaldas
de ajo, son la contra de un monstruo que tampoco duerme durante el día sino que
acecha en todo momento, instante a instante a sus víctimas; nos quita vida y
felicidad, nos quita posibilidad de existencia como género y naturaleza. No
será una estaca de roble en su corazón de plusvalía lo que lo derribe hasta
siempre. No.
Este no es el Frankenstein de Mary Wollstonecraft Shelley,
sino algo peor que aniquila a la humanidad haciéndose sujeto de la explotación
humana más salvaje. Este parásito monstruoso convertido en sujeto por acción
del fetichismo debe perecer a manos de de los pueblos para que la humanidad
logre un estadio de convivencia realmente humanizada, en equilibrio con la
naturaleza, en verdadera libertad. Una revolución cultural ha de llevar el
alzamiento de los explotados contra su autoritarismo y su poder destructor que
nos conduce al caos.
Nosotros deberemos poner reversión a la desnacionalización
de nuestro orden social, superar los calcos de quienes nos colonizan y someten,
o como diría el Apóstol antillano José Martí, dejar de ser el “máscara con los
calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y
la montera de España (...).
Tenemos la fuerza de la herencia de nuestros ascendientes
libertarios, tenemos la experiencia de una larga historia de explotación y
lucha emancipadora, tenemos el acumulado cultural mismo del conjunto planetario
para avivarlo con el fuego de nuestros elementos mestizados y raizales, de
nuestra invención y nuestros sueños, de nuestra cosmogonía amerindiana, de
nuestra perspectiva insumisa, de nuestros dolores y alegrías, de nuestras esperanza
y nuestra historia.
Nuestra identidad propia es también de insubordinación
frente al colonialismo endémico de todos los siglos, frente a Europa como
frente a Washington, sin vergüenza de nuestras esencias indias y negras, y
blancas y mestizas, plebeyas sabias hechas de tradición que persiste, de
costumbres que no mueren, de libérrima espiritualidad que persevera pese a que
tantas veces ha sido traicionado el sentimiento y el sueño de independencia
plena.
Es urgente el afianzamiento de la perseverancia en la
autenticidad, la búsqueda de la identidad, el conocimiento y conciencia de
nuestro propio ser, de nuestro propio devenir, haciendo la plena compatibilidad
con lo que históricamente son nuestros pueblos, nuestra historia, nuestra
tierra…; con el ahora, un presente de acción como continuo del derrotero de
emancipación que aun no culmina, en causa común con los oprimidos, levantando
un nuevo poder que derribe el poder de los opresores.
Es cierto que enfrentamos una situación de dominación
cultural, pero dentro de esa realidad nuestra existencia de resistencia no es
mansa sino prospecto que garantiza el porvenir, la nueva estructuración de
nuestro devenir histórico en el que el decoro es imprescindible para abatir las
falsas verdades de la opresión que se signan como inamovibles.
Moral y luces, diría el Libertador Bolívar, se requiere para
transformar el mundo y lograr la emancipación; es decir, para derruir los
prejuicios, el despotismo, y todos los vicios de la vieja sociedad capitalista;
deberemos arrancarlos de raíz, hasta que el fuego del cambio revolucionario nos
dé no solo la libertad del cuerpo sino la libertad de nuestras conciencias.
Basta de colonización cultural enclavada y diseminada como
cáncer por las trasnacionales, que ha endiosado al capital al tiempo que
degradan la política y las relaciones humanas en general hasta irnos tornando
en “un pueblo de gusanos”.
Tenemos que sacudirnos de una vez por todos del prototipo de
los criollos ricos que sustituyeron en el poder a los colonizadores europeos,
imponiéndonos sus propias mezquindades, ese prototipo que bien describía el
sabio Alejandro Humboldt cundo expresó:
“Allí -en América- se tropieza uno con gentes que con bellos
discursos filosóficos en los labios, desmienten con sus actos los principios
fundamentales de la filosofía que dicen profesar, pues, sosteniendo en una mano
a Reynal, con otra maltratan a los esclavos, y que, hablando con entusiasmo de
cuestiones tan importantes como la libertad, venden a los hijos de sus esclavos
unos meses después de haber éstos nacido”.
Es un deber retomar la conducción plena de nuestra identidad
histórica y de nuestra más genuina tradición cultural si es que queremos lograr
sin más demoras la segunda y definitiva independencia y dejar atrás, aplastado
para siempre el estigma leguleyo santanderista, plutocrático, aristocrático,
mezquino, doblemente falso, genitor de un estado sumiso a Washington, y feroz
contra su propio pueblo.
Es urgente derrocar ese Estado acólito del imperialismo, de
la avaricia de los monopolios, que para lograr sus intereses entrega la
soberanía, aniquila la memoria colectiva, desfigura sus valores y niega el ser
histórico, cultural y político de nuestros pueblos.
Es momento de dejar de hablar con el lenguaje del opresor,
de sacudirnos de la colonización ideológica, de poner freno a las impostaciones
y frenar ese continuo colonialismo que durante siglos nos han impuesto por vías
militares, económicas, políticas y sobre todo culturales desde el llamado
Primer Mundo.
Mediante la violencia de la conquista nos pretendieron
someter definitivamente, generándonos ingentes pérdidas materiales y humanas,
ingentes costos en los recursos naturales…; y aún ello persiste: las avanzadas
imperialistas de hoy, su neocolonialismo contemporáneo, nos impone los estragos
nefandos de la neoliberalización imperial desfigurando el conjunto de nuestra
cultura. De ahí la necesidad, la urgencia, de enfrentar con determinación
crítica y vocación de poder los parámetros de la “tolerancia” represiva del
capitalismo que no es otra cosa que su poder feroz disfrazado con mil rostros
de engaño. Y un enfrentamiento de este tipo no puede ser cosa diferente a la
rebelión, la cual debe iniciar desde la transformación de nuestra propia
conciencia.
Pero ¿cómo han cultivado nuestros ascendentes la conciencia,
el alma de los pueblos del la América Nuestra, el campo de nuestro espíritu
mestizado; nuestra naturaleza indiana y negra, nuestra naturaleza castiza y
cósmica de resistencia material y subjetiva que ha venido construyendo sus
finalidades mirando históricamente hacia la luz de la emancipación, hacia el
fin supremo de libertad en dignidad?
Nuestro ingenio, nuestras artes, nuestra creación
atropellada y sobreviviente de la aniquilación y la negación euro-centrista
deben seguir gritando al mundo su presencia perseverante en voces que emerjan
de la tradición con profundas raíces, con profundas virtudes que no son sino la
antítesis de la “civilización” que aplasta lo nuestro para imponernos lo
extraño; la antítesis de esa “civilización” que no integra sino que impone y
somete. Deberemos reafirmar la idea y la praxis de que la cultura es sólo
dentro de la naturaleza y no por encima o por fuera de ella, su dimensión es
social y no el producto de la sumisión: sólo pertenece al común.
Que nos ha enseñado nuestra historia si al concepto cultura
se agrega lo que se aprende y transmite. Escoger entre lo impuesto por el
colonialismo o lo asimilado resistiendo y haciendo prevalecer lo más
profundamente autentico de los componentes de nuestra hechura social.
Cuál es nuestra totalidad verdadera, con qué sentimos
identidad como pueblos de la
América Nuestra que lidian por su autonomía, por su
autodeterminación, por su independencia…; el conocimiento humano como tal
también lo han privatizado y desdibujado para ponerlo en función de los
poderosos, las creencias las pretenden unipolarizadas y no múltiples y
diversas, el arte, la moral, el derecho, las costumbres, también las ciñen al
interés imperial. Entonces, que puede ser nuestra cultura que no sea
resistencia, tradición, búsqueda de lo nuestro, integración sin negar lo
raizal, ampliación del horizonte científico y de la técnica sin negar la
herencia de nuestros ascendientes no colonialistas. Producir en sociedad no
puede significar producir en sometimiento. No puede ser el continuo cultural el
sometimiento a la explotación del hombre por el hombre, ni los patrones
devenidos del neoliberalismo o del imperialismo, no son las formas de actuar y
de pensar que formatean los grades medios del imperialismo sino el ideal de la
comunión y la ayuda mutua originaria del ser humano.
¿Relativismo cultural?, ¿superioridad cultural?,
¿inferioridad cultural?, ¿preeminencia del eurocentrismo, de la unipolaridad
imperial?
¿Cuáles han de ser nuestras pautas de conducta, lo que hemos
de tomar de la herencia más tradicional de nuestros pueblos, lo que hemos de
observar de la historia de sometimiento, lo que hemos de transmitir a nuestros
descendientes?; ¿Cuál nuestra simbología como nación de repúblicas o gran república
de naciones?; ¿Cuáles nuestros símbolos de identidad, los ideales de nuestro
devenir histórico, nuestros valores?
Deberemos optar con urgencia por una definición de cultura
que implica no solamente la herencia sino la reflexión para el futuro en el
sentido de aquella sana concepción de la cultura de la convivencia que ponga
freno y reversión a la acción humana que se enrumba por el camino espinoso de
la nociva transformación excesiva de la naturaleza. No debe ser algo del pasado
sino del ahora el poner en primacía la acción y la convivencia por sobre los
desmanes de la producción. No puede ir la cultura aislada de la naturaleza; ni
siquiera se trata de tender puentes entre una y otra, sino de darle identidad,
mismidad que derive en el equilibrio del binomio hombre-naturaleza, hasta que
este haga conciencia de que es parte indisoluble de aquella.
La cultura del presente debe negar el antropocentrismo, la
idea de dominio de la naturaleza que tanto daño ha hecho a las posibilidades de
existencia misma del planeta. No puede seguirse en la ruta en la que la técnica
y la ciencia, sean usadas al margen del enriquecimiento moral o de la felicidad
humana. Es hora de salir del continuo histórico que muestra hasta la saciedad
–como bien lo indicaba ya Rousseau en el siglo XVIII (ver Discurso sobre las
ciencias y las artes, 1750), que en todos los tiempos la fuerza y la virtud de
un pueblo están en razón inversa a su grado de refinamiento.
Apartémonos del sentido de la cultura como oposición con la
naturaleza, apartémonos del sentido de la cultura como forma de represión donde
el súper ego humano se opone a las tendencias instintivas de la naturaleza.
Efectivamente la cultura puede y debe coadyuvar a la felicidad humana, reprimir
la agresividad y sublimar su espiritualidad y sus instintos.
Y aunque efectivamente ha habido un distanciamiento
histórico entre cultura y naturaleza, signado por la superestructura
ideológica, cuyo aspecto más ideológico o de falsa conciencia es su afán o
aspiración de presentarse como producto natural, deberemos dotar a la cultura
de una verdadera y profunda naturalidad que derive de la condición gregaria en
el sentido de la original convivencia sin distinciones.
Acabar con la falsa coartada de la supuesta naturalidad
existente en determinadas concepciones del mundo que han sido generadas a
conveniencia de las clases dominantes para mantener su supremacía debe ser un
propósito central del manifiesto cultural de la humanidad que desea la
emancipación y lucha por ella. El ser humano tiene en la cultura su segunda
naturaleza porque la “naturaleza humana”, al fin y al cabo entraña el carácter
de ser social que posee ese ser humano, el cual como tal produce su propias
condiciones de vida de las que al miso tiempo deriva esa segunda naturaleza, la
naturaleza social de la condición humana.
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