lunes, 4 de junio de 2012

De Beethoven a Marulanda: El asunto de las raices románticas del marxismo fariano (tercera parte)



Escrito por Jesús Santrich, Integrande del EMC de las FARC-EP   

Domingo, 03 de Junio de 2012 00:08

Hoy, estas reflexiones las hacemos en medio del agobio que impone la globalización capitalista con los estertores propios de su crisis estructural profunda que la hacen más feroz e indolente. Es globalización que encierra además de lo económico y lo político, los ámbitos de lo cultural: se ha propuesto en este plano, no con poco éxito el capitalismo, moldear a la humanidad a la medida de sus intereses mezquinos, a la manera de un manso rebaño de consumidores, una ingente grey de clientes domesticados, dominados, sometidos en el ser y en el espíritu. Es su tradición, y en ello se ha desbocado.

Con su enorme maquinaria mediática y sus aparatos ideológicos de manipulación de la conciencia implanta los valores de la dominación y emprende la destrucción de la propia identidad, extirpando o aplastando la diversidad artística, literaria, poética…, la creatividad de las naciones y las etnias o de las comunidades del orbe colocando el estilo de vida “occidental” euro-céntrico, y peor aún, el norteamericano-gringo más decadente como paradigma de la humanidad.

El propósito de la llamada transnacionalización de la cultura emprendido por los grandes medios de comunicación masivos, son los artífices de la globalización cultural, del desarraigo de la tradición auténtica, los generadores de la llamada conciencia planetaria, en detrimento de la multiplicidad, de la diversidad y de las identidades nacionales plurales.
En esto, la vigencia del Manifiesto Comunista es abrumadora: “En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material como a la producción intelectual”. Y he aquí entonces la descripción de esa “aldea global” de la cual se dice que Herbert Marshall McLuhan escribió por primera vez en los años sesenta.

Este escritor canadiense, no obstante estar refiriéndose a un asunto ya vislumbrado por el filósofo de Tréveris, en los años sesenta del siglo pasado hace, respecto al tema de las comunicaciones, importantes aportes con su teoría “el medio es el mensaje”, la cual se convierte en lema de la contracultura de esa época. Sobre este asunto, en su libro Sociología de la Guerra, dos mundos en conflicto, en el que hace un profundo análisis sobre las causas sociales, políticas, económicas y sobre todo culturales que ha originado los conflictos ideológico y militares de la humanidad a través de la historia, el Mayor colombiano Gonzalo Bermúdez Rossi, apunta basado en el concepto de “aldea global” de McLuhan, que “los factores sociológicos, muestran una inmensa disgregación social de la población, producto de la globalización mundializada: interacciones e interrelaciones sociales a nivel mundial harto distantes; lo local es moldeado y manipulado por centros de poder a distancia (aspectos teledirigidos, desarraigo social, destierro, desplazamiento, etc.); en últimas, penetración de numerosas sectas religiosas, satánicas, de santería, etc. Psicológicamente, el asunto no puede ser peor: alienación de la población (‘In’, ‘light’, que es lo globalizado de hoy); se inculca a la ‘gente globalizada’ que compra, el nuevo status de ‘inteligente, distinguida y moderna’. El esnobismo inducido será algo notorio”. ( Mayor Gonzalo Bermúdez Rossi, en Sociología de la Guerra, dos mundos en conflicto. Versión digital, edición 2012. Págs. 408-409).

Aunque McLuhan había solamente hecho referencia al espacio físico y no propiamente al ciberespacio con las características con que hoy se conoce, tenía como Marx el convencimiento de que los avances tecnológicos y científicos impactarían en las relaciones sociales de una manera tal que generarían interdependencia planetaria. McLuhan precisaba, en tiempos en que no había internet, que la televisión y los medios electrónicos en general tendrían un influjo que superaría “el material comunicado”; y que el avance de esos medios electrónicos y audiovisuales tendría un desarrollo que reemplazaría el formato tradicional impreso de los libros y la presentación de la literatura.

Vislumbrando esa aldea global, más de un siglo atrás Marx había escrito en el manifiesto que: “La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de los medios de transporte por tierra”. Y un poco después de publicar el manifiesto, en una carta del 27 de febrero de 1852 dirigida a su amigo Josef Weydemeyer, le escribe: “¡Magnífico momento para venir al mundo! Cuando pueda irse en siete días de Londres a Calcuta, tú y yo estaremos ya decapitados o dando ortigas. ¡Y Australia, y California y el Océano pacífico! Los nuevos ciudadanos del universo no acertarán a comprender cuan pequeño era nuestro mundo”.

El asunto en uno y otro caso es resaltar que la humanidad ha previsto las transformaciones de que es capaz a futuro, apreciando incluso y de manera muy específica el impacto que comunicación produciría en el mundo contemporáneo, bocetando para el caso del marxismo no solamente los efectos de la globalización capitalista sino sus raíces y el derrotero que la lucha de clases tendría hasta llegar a su superación.

Pero detengámonos un poco en pensar en que la mediatización de las relaciones humanas por los dispositivos tecnológicos, yendo desde el telégrafo hasta la comunicación virtual más avanzada que ha hecho, supuestamente, del planeta una aldea, instrumentalizada por los explotadores y opresores se convirtió en factor principal de alienación, en factor que ha ocasionado la pérdida de contacto espiritual entre las persona, la quiebra de la intimidad que requieren las relaciones personales y el enramado comunitario. Es decir, aquella preocupación que el filósofo Henri Bergson anticipó también sobre la mecanización del espíritu que arrastraría el progreso tecnológico, en el cual advertía enormes dificultaría para el florecimiento del ser social y que hoy pudiéramos encontrarla descrita ya no como hipótesis sino como vivencia en las meditaciones de quienes escriben para justificar ese mundo globalizado o para enfrentarlo. Eduardo Galeano, por ejemplo, ha escrito que “en la aldea global del universo mediático, se mezclan todos los continentes y todos los siglos ocurren a su vez. «Somos a la vez de aquí y de todas partes, es decir, de ninguna», dice Alain Touraine, a propósito de la televisión: «Las imágenes, siempre atractivas para el público, yuxtaponen el surtidor de gasolina y el camello, la Coca-Cola y la aldea andina, los blue jeans y el castillo principesco». Creyéndose condenadas a elegir entre la copia y la cerrazón, muchas culturas locales, desconcertadas, desgarradas, tienden a borrarse o se refugian en el pasado”.

Dejando que hablen por si solos, sin intermediarles explicación, recreemos estas últimas líneas con algunos pasajes más extensos del escritor uruguayo anti neoliberal plasmados en su obra Patas arriba (del capítulo Pedagogía de la soledad). Ediciones Catálogos. Bs. As, 1988:

-    “La guerra es la continuación de la televisión por otros medios, diría Karl von Clausewitz, si el general resucitara, un siglo y medio después, y se pusiera a practicar el zapping. La realidad real imita la realidad virtual que imita la realidad real, en un mundo que transpira violencia por todos los poros. La violencia engendra violencia, como se sabe; pero también engendra ganancias para la industria de la violencia, que la vende como espectáculo y la convierte en objeto de consumo”.

-    “Ya no es necesario que los fines justifiquen los medios. Ahora los medios, los medios masivos de comunicación, justifican los fines de un sistema de poder que impone sus valores en escala planetaria. El Ministerio de Educación del gobierno mundial está en pocas manos. Nunca tantos habían sido incomunicados por tan pocos”.

-    “En el siglo dieciséis, algunos teólogos de la iglesia católica legitimaban la conquista de América en nombre del derecho a la comunicación. Jus communicationis: los conquistadores hablaban, los indios escuchaban. La guerra resultaba inevitable, y justa, cuando los indios se hacían los sordos. Su derecho a la comunicación consistía en el derecho de obedecer. A fines del siglo veinte, aquella violación de América todavía se llama encuentro, mientras se sigue llamando comunicación al monólogo del poder”.

-    “Alrededor de la tierra gira un anillo de satélites llenos de millones y millones de palabras y de imágenes, que de la tierra vienen y a la tierra vuelven. Prodigiosos artilugios del tamaño de una uña reciben, procesan y emiten, a la velocidad de la luz, mensajes que hace medio siglo requerían treinta toneladas de maquinaria. Milagros de la tecnociencia en estos tecnotiempos: los más afortunados miembros de la sociedad mediática pueden disfrutar sus vacaciones en la playa atendiendo el teléfono celular, recibiendo el e-mail, contestando el bíper, leyendo faxes, devolviendo las llamadas del contestador automático a otro contestador automático, haciendo compras por computadora y distrayendo el ocio con los videojuegos y la televisión portátil. Vuelo y vértigo de la tecnología de la comunicación, que parece cosa de Mandinga: a la medianoche, una computadora besa la frente de Bill Gates, que al amanecer despierta convertido en el hombre más rico del mundo. Ya está en el mercado el primer micrófono incorporado a la computadora, para dialogar a viva voz con ella. En el ciberespacio, Ciudad celestial, se celebra el matrimonio de la computadora con el teléfono y la televisión, y se invita a la humanidad al bautismo de sus hijos asombrosos”.

-    “La industria de la comunicación, la más dinámica de la economía mundial, vende los abracadabras que dan acceso a la Nueva Era de la historia de la humanidad. Pero este mundo comunicadísimo se está pareciendo demasiado a un reino de solos y de mudos”.

-    “Los medios dominantes de comunicación están en pocas manos, pocas manos que son cada vez menos manos, y por regla general actúan al servicio de un sistema que reduce las relaciones humanas al uso mutuo y al mutuo miedo. En estos últimos tiempos, la galaxia Internet ha abierto imprevistas, y valiosas, oportunidades de expresión alternativa. Por Internet están irradiando sus mensajes numerosas voces que no son ecos del poder. Pero el acceso a esta nueva autopista de la información es todavía un privilegio de los países desarrollados, donde reside el noventa y cinco por ciento de sus usuarios; y ya la publicidad comercial está intentando convertir a Internet en Businessnet. Internet, nuevo espacio para la libertad de comunicación, es también un nuevo espacio para la libertad de comercio”.

-    “Los medios de comunicación, ¿reflejan la realidad, o la modelan? ¿Quién viene de quién? ¿El huevo o la gallina? ¿No sería más adecuada, como metáfora zoológica, la de la víbora que se muerde la cola? Ofrecemos a la gente lo que la gente quiere, dicen los medios, y así se absuelven; pero esa oferta, que responde a la demanda, genera cada vez más demanda de la misma oferta: se hace costumbre, crea su propia necesidad, se convierte en adicción. En las calles hay tanta violencia como en la televisión, dicen los medios; pero la violencia de los medios, que expresa la violencia del mundo, también contribuye a multiplicarla”.

La “devaluación del mundo de los hombres”, la creciente del modo de vida burgués, borreguil, propio de la sociedad de consumo va creando una condición humana que sólo atiende a los dictámenes del dinero, el consumo y la condición social, devaluando la subjetividad, anonadando la conciencia, reificando su ser, cosificándolo, colonizando su mente y su existencia toda, abatiendo su identidad, su memoria histórica, al tiempo que lo asimila y lo subyuga aculturizándolo y quitándole su sensibilidad, no en el sentido de enrumbarlo por la senda de la interculturalidad, no; sino imponiéndole un sistema de tras-nacionalización cultural asincrónico, desigual, que impone el estilo cultural del colonizador cuya esencia es el capital, la mercantilización de la vida, en peores circunstancias que en todos los tiempos; ahora con un peligro real de destrucción de la vida y el planeta por cuenta de su desmadre, lo que conmina a los revolucionarios a priorizar la praxis anticapitalista tomando toda la herencia universal humanista que evite el caos y retome un rumbo de búsqueda de la justicia.

Este, quiérase o no, es un asunto de vida o muerte que exhorta al concurso convergente de los pueblos oprimidos del mundo, y que tiene que ver con la necesidad de una revolución cultural urgente; requiere de acciones revolucionarias concretas, grandes y pequeñas, que sumen esfuerzos desde cada rincón del orbe, tal como ocurre con la creación heroica del comandante Marulanda, forjador de un proyecto político-militar que desde la periferia resiste entregándolo todo por la casusa de los pobres de la tierra. Ese campesino que además fue aserrador, hacedor de caminos y trochas, constructor de casas humildes, expendedor de carne, vendedor de dulces, panadero, trabajador materialmente paupérrimo y espiritualmente grandioso, como nunca nos inspira desde su fusil tonante y las melodías bucólicas de su violín montañero del que sacaba las notas de esperanza luminosa para colgarlas cual chispas de fe en la oscura noche colombiana.

A la memoria viene la manera sencilla y didáctica como utilizando el símil de la orquesta sinfónica explicaba la forma y el fondo de lo que debe ser el accionar político-militar de las FARC para avanzar en la concreción del Plan Estratégico:

“Todo proyecto de una organización política-militar como las FARC con fines revolucionarios y estratégicos a corto y largo plazo para la toma del poder mediante la combinación de las diversas formas de acción de masas, -dice Manuel- requiere de sus cuadros más esclarecidos, constancia, perseverancia, esfuerzo, dedicación, conocimientos locales, regionales y nacionales de la problemática que nos rodea en un país lleno de conflictos sociales para acertar en la formulación política, táctica y estratégica a largo plazo y en lo posible en alianza con otras fuerzas que asuman el compromiso de luchar por los cambios.

El Estado Mayor Central, todos sus integrantes -en total 31-, son como los integrantes de una gran orquesta de resonancia nacional e internacional, en la que cada uno de ellos, estructurados política e ideológicamente, calificados y experimentados en su especialidad, ejecuta un instrumento, desde el más complejo hasta el más sencillo.

Los mandos medios en permanente activad política-militar con tropas guerrilleras entrenadas, son el componente humano para darle continuidad al Plan Estratégico, hasta que las condiciones objetivas y subjetivas surjan en los grandes centros urbanos de acuerdo a la profundización de la crisis al interior de los partidos tradicionales en lo político, económico y social, y que las masas tengan un alto grado de organización y concientización sobre el objetivo a conquistar, y no quieran seguir más siendo gobernadas por los de arriba como antes, para que se produzca el cambio revolucionario, bajo la dirección de FARC.

Las finanzas son el motor que genera la energía y alimenta los instrumentos de la orquesta. Todos los plenos y conferencias se realizan para coordinar y afinar todos los instrumentos y ejecutar la melodía al ritmo del interés general, de un escenario repleto de masas. En nuestro caso esos instrumentos son: el Plan Estratégico, la Plataforma Bolivariana por la Nueva Colombia, el Programa Agrario, las Normas Internas, el Estatuto y el Régimen Disciplinario, el accionar militar constante, el Partido Clandestino, el Movimiento Bolivariano, la solución política al conflicto social y armado, el Intercambio humanitario, la Agenda Común para la paz, entre otros.


El Secretariado dirige la orquesta a escala nacional y afina los instrumentos en cada Bloque y en cada Frente. Si alguno no suena tal como lo requiere el Plan Estratégico, hay que acoplarlo hasta que el instrumento logre la sintonía requerida por el conjunto de la orquesta. Esta sintonía se logra mediante la subordinación a los organismos superiores, el cumplimiento de planes y órdenes, el gasto austero, la capacidad de análisis ante los nuevos acontecimientos, el excelente comportamiento interno, sin desviarse a uno u otro lado en la política de masas; manteniendo la unidad de mandos, combatientes y población civil.

Si estos elementos son tenidos en cuenta, será muy poco lo tengamos que agregar en ajuste de planes”.

Evocar a Marulanda en un 26 de marzo, al lado de Beethoven, haciendo del día del derecho universal de los pueblos a la rebelión armada una inconmensurable Oda de la alegría, una oda de fuego cual sonata épica que anuncia la hora de los pobres, hace parte de la simbología de la resistencia que debe colmar un proceso de revolución cultural. Colocar en un mayo de esperanzas el recuerdo del nacimiento de la Novena Sinfonía al lado de las memorias del surgimiento de las FARC, es animar la hora de los ofendidos para que alcen sus banderas contra la muerte definitiva del reino del Capital.

La revolución que acabe con ese monstruo implacable no debe demorar más; no permitamos que nos siga succionando la sangre: este no es el Drácula de Bram Stoker, porque aunque sea un vampiro que vive de la sangre humana, de la fuerza de trabajo de los explotados; aunque vive de la vida ajena de las mayorías sometidas, como un paracito abominablemente insaciable y mezquino que asesina a los trabajadores succionándoles la sangre, tiene además una terrible sombra de miseria, de depredaciones, de hambrunas de miserabilización que agobia a la humanidad y la está llevando al acabose; y aunque vampiro, no es como aquél mítico de las historietas que se podía repeler con espejos. Ni los rayos del sol ni los espejismos, ni crucifijos o guirnaldas de ajo, son la contra de un monstruo que tampoco duerme durante el día sino que acecha en todo momento, instante a instante a sus víctimas; nos quita vida y felicidad, nos quita posibilidad de existencia como género y naturaleza. No será una estaca de roble en su corazón de plusvalía lo que lo derribe hasta siempre. No.

Este no es el Frankenstein de Mary Wollstonecraft Shelley, sino algo peor que aniquila a la humanidad haciéndose sujeto de la explotación humana más salvaje. Este parásito monstruoso convertido en sujeto por acción del fetichismo debe perecer a manos de de los pueblos para que la humanidad logre un estadio de convivencia realmente humanizada, en equilibrio con la naturaleza, en verdadera libertad. Una revolución cultural ha de llevar el alzamiento de los explotados contra su autoritarismo y su poder destructor que nos conduce al caos.

Nosotros deberemos poner reversión a la desnacionalización de nuestro orden social, superar los calcos de quienes nos colonizan y someten, o como diría el Apóstol antillano José Martí, dejar de ser el “máscara con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España (...).

Tenemos la fuerza de la herencia de nuestros ascendientes libertarios, tenemos la experiencia de una larga historia de explotación y lucha emancipadora, tenemos el acumulado cultural mismo del conjunto planetario para avivarlo con el fuego de nuestros elementos mestizados y raizales, de nuestra invención y nuestros sueños, de nuestra cosmogonía amerindiana, de nuestra perspectiva insumisa, de nuestros dolores y alegrías, de nuestras esperanza y nuestra historia.

Nuestra identidad propia es también de insubordinación frente al colonialismo endémico de todos los siglos, frente a Europa como frente a Washington, sin vergüenza de nuestras esencias indias y negras, y blancas y mestizas, plebeyas sabias hechas de tradición que persiste, de costumbres que no mueren, de libérrima espiritualidad que persevera pese a que tantas veces ha sido traicionado el sentimiento y el sueño de independencia plena.
Es urgente el afianzamiento de la perseverancia en la autenticidad, la búsqueda de la identidad, el conocimiento y conciencia de nuestro propio ser, de nuestro propio devenir, haciendo la plena compatibilidad con lo que históricamente son nuestros pueblos, nuestra historia, nuestra tierra…; con el ahora, un presente de acción como continuo del derrotero de emancipación que aun no culmina, en causa común con los oprimidos, levantando un nuevo poder que derribe el poder de los opresores.

Es cierto que enfrentamos una situación de dominación cultural, pero dentro de esa realidad nuestra existencia de resistencia no es mansa sino prospecto que garantiza el porvenir, la nueva estructuración de nuestro devenir histórico en el que el decoro es imprescindible para abatir las falsas verdades de la opresión que se signan como inamovibles.

Moral y luces, diría el Libertador Bolívar, se requiere para transformar el mundo y lograr la emancipación; es decir, para derruir los prejuicios, el despotismo, y todos los vicios de la vieja sociedad capitalista; deberemos arrancarlos de raíz, hasta que el fuego del cambio revolucionario nos dé no solo la libertad del cuerpo sino la libertad de nuestras conciencias.
Basta de colonización cultural enclavada y diseminada como cáncer por las trasnacionales, que ha endiosado al capital al tiempo que degradan la política y las relaciones humanas en general hasta irnos tornando en “un pueblo de gusanos”.

Tenemos que sacudirnos de una vez por todos del prototipo de los criollos ricos que sustituyeron en el poder a los colonizadores europeos, imponiéndonos sus propias mezquindades, ese prototipo que bien describía el sabio Alejandro Humboldt cundo expresó:

“Allí -en América- se tropieza uno con gentes que con bellos discursos filosóficos en los labios, desmienten con sus actos los principios fundamentales de la filosofía que dicen profesar, pues, sosteniendo en una mano a Reynal, con otra maltratan a los esclavos, y que, hablando con entusiasmo de cuestiones tan importantes como la libertad, venden a los hijos de sus esclavos unos meses después de haber éstos nacido”.

Es un deber retomar la conducción plena de nuestra identidad histórica y de nuestra más genuina tradición cultural si es que queremos lograr sin más demoras la segunda y definitiva independencia y dejar atrás, aplastado para siempre el estigma leguleyo santanderista, plutocrático, aristocrático, mezquino, doblemente falso, genitor de un estado sumiso a Washington, y feroz contra su propio pueblo.

Es urgente derrocar ese Estado acólito del imperialismo, de la avaricia de los monopolios, que para lograr sus intereses entrega la soberanía, aniquila la memoria colectiva, desfigura sus valores y niega el ser histórico, cultural y político de nuestros pueblos.
Es momento de dejar de hablar con el lenguaje del opresor, de sacudirnos de la colonización ideológica, de poner freno a las impostaciones y frenar ese continuo colonialismo que durante siglos nos han impuesto por vías militares, económicas, políticas y sobre todo culturales desde el llamado Primer Mundo.

Mediante la violencia de la conquista nos pretendieron someter definitivamente, generándonos ingentes pérdidas materiales y humanas, ingentes costos en los recursos naturales…; y aún ello persiste: las avanzadas imperialistas de hoy, su neocolonialismo contemporáneo, nos impone los estragos nefandos de la neoliberalización imperial desfigurando el conjunto de nuestra cultura. De ahí la necesidad, la urgencia, de enfrentar con determinación crítica y vocación de poder los parámetros de la “tolerancia” represiva del capitalismo que no es otra cosa que su poder feroz disfrazado con mil rostros de engaño. Y un enfrentamiento de este tipo no puede ser cosa diferente a la rebelión, la cual debe iniciar desde la transformación de nuestra propia conciencia.

Pero ¿cómo han cultivado nuestros ascendentes la conciencia, el alma de los pueblos del la América Nuestra, el campo de nuestro espíritu mestizado; nuestra naturaleza indiana y negra, nuestra naturaleza castiza y cósmica de resistencia material y subjetiva que ha venido construyendo sus finalidades mirando históricamente hacia la luz de la emancipación, hacia el fin supremo de libertad en dignidad?

Nuestro ingenio, nuestras artes, nuestra creación atropellada y sobreviviente de la aniquilación y la negación euro-centrista deben seguir gritando al mundo su presencia perseverante en voces que emerjan de la tradición con profundas raíces, con profundas virtudes que no son sino la antítesis de la “civilización” que aplasta lo nuestro para imponernos lo extraño; la antítesis de esa “civilización” que no integra sino que impone y somete. Deberemos reafirmar la idea y la praxis de que la cultura es sólo dentro de la naturaleza y no por encima o por fuera de ella, su dimensión es social y no el producto de la sumisión: sólo pertenece al común.

Que nos ha enseñado nuestra historia si al concepto cultura se agrega lo que se aprende y transmite. Escoger entre lo impuesto por el colonialismo o lo asimilado resistiendo y haciendo prevalecer lo más profundamente autentico de los componentes de nuestra hechura social.

Cuál es nuestra totalidad verdadera, con qué sentimos identidad como pueblos de la América Nuestra que lidian por su autonomía, por su autodeterminación, por su independencia…; el conocimiento humano como tal también lo han privatizado y desdibujado para ponerlo en función de los poderosos, las creencias las pretenden unipolarizadas y no múltiples y diversas, el arte, la moral, el derecho, las costumbres, también las ciñen al interés imperial. Entonces, que puede ser nuestra cultura que no sea resistencia, tradición, búsqueda de lo nuestro, integración sin negar lo raizal, ampliación del horizonte científico y de la técnica sin negar la herencia de nuestros ascendientes no colonialistas. Producir en sociedad no puede significar producir en sometimiento. No puede ser el continuo cultural el sometimiento a la explotación del hombre por el hombre, ni los patrones devenidos del neoliberalismo o del imperialismo, no son las formas de actuar y de pensar que formatean los grades medios del imperialismo sino el ideal de la comunión y la ayuda mutua originaria del ser humano.

¿Relativismo cultural?, ¿superioridad cultural?, ¿inferioridad cultural?, ¿preeminencia del eurocentrismo, de la unipolaridad imperial?

¿Cuáles han de ser nuestras pautas de conducta, lo que hemos de tomar de la herencia más tradicional de nuestros pueblos, lo que hemos de observar de la historia de sometimiento, lo que hemos de transmitir a nuestros descendientes?; ¿Cuál nuestra simbología como nación de repúblicas o gran república de naciones?; ¿Cuáles nuestros símbolos de identidad, los ideales de nuestro devenir histórico, nuestros valores?

Deberemos optar con urgencia por una definición de cultura que implica no solamente la herencia sino la reflexión para el futuro en el sentido de aquella sana concepción de la cultura de la convivencia que ponga freno y reversión a la acción humana que se enrumba por el camino espinoso de la nociva transformación excesiva de la naturaleza. No debe ser algo del pasado sino del ahora el poner en primacía la acción y la convivencia por sobre los desmanes de la producción. No puede ir la cultura aislada de la naturaleza; ni siquiera se trata de tender puentes entre una y otra, sino de darle identidad, mismidad que derive en el equilibrio del binomio hombre-naturaleza, hasta que este haga conciencia de que es parte indisoluble de aquella.

La cultura del presente debe negar el antropocentrismo, la idea de dominio de la naturaleza que tanto daño ha hecho a las posibilidades de existencia misma del planeta. No puede seguirse en la ruta en la que la técnica y la ciencia, sean usadas al margen del enriquecimiento moral o de la felicidad humana. Es hora de salir del continuo histórico que muestra hasta la saciedad –como bien lo indicaba ya Rousseau en el siglo XVIII (ver Discurso sobre las ciencias y las artes, 1750), que en todos los tiempos la fuerza y la virtud de un pueblo están en razón inversa a su grado de refinamiento.

Apartémonos del sentido de la cultura como oposición con la naturaleza, apartémonos del sentido de la cultura como forma de represión donde el súper ego humano se opone a las tendencias instintivas de la naturaleza. Efectivamente la cultura puede y debe coadyuvar a la felicidad humana, reprimir la agresividad y sublimar su espiritualidad y sus instintos.

Y aunque efectivamente ha habido un distanciamiento histórico entre cultura y naturaleza, signado por la superestructura ideológica, cuyo aspecto más ideológico o de falsa conciencia es su afán o aspiración de presentarse como producto natural, deberemos dotar a la cultura de una verdadera y profunda naturalidad que derive de la condición gregaria en el sentido de la original convivencia sin distinciones.

Acabar con la falsa coartada de la supuesta naturalidad existente en determinadas concepciones del mundo que han sido generadas a conveniencia de las clases dominantes para mantener su supremacía debe ser un propósito central del manifiesto cultural de la humanidad que desea la emancipación y lucha por ella. El ser humano tiene en la cultura su segunda naturaleza porque la “naturaleza humana”, al fin y al cabo entraña el carácter de ser social que posee ese ser humano, el cual como tal produce su propias condiciones de vida de las que al miso tiempo deriva esa segunda naturaleza, la naturaleza social de la condición humana.


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