miércoles, 21 de noviembre de 2012

¡Oligarquía vendepatria! Debate en ANNCOL sobre el Fallo de la Haya Colombo-Nica


ANNCOL invita a debatir sobre el Fallo de la Haya Colombo-Nica, Colombia.


“Los sanandresanos pueden tener la seguridad de que defenderemos con absoluta
firmeza sus derechos”, expresó este lunes el Presidente Juan Manuel Santos en una
alocución a los colombianos sobre el fallo de la Corte Internacional de Justicia.
Destacó que el tribunal reconoció la soberanía de Colombia en el Archipiélago de
San Andrés y Providencia, pero advirtió que el fallo tiene equivocaciones.

(Texto y foto Presidencia de Nariño)

¡Oligarquía vendepatria!

Por Alberto Pinzón Sánchez
El fallo definitivo de la Corte Internacional de la Haya, sobre el diferendo limítrofe entre Colombia y Nicaragua, que le ha devuelto a Nicaragua una porción de mar territorial y plataforma submarina, seguramente y por ser un asunto complejo con muchos ángulos, tendrá para Colombia múltiples repercusiones jurídicas, económicas y desde luego políticas.
Una de ellas, es que sin querer queriéndolo, se ha modificado desde fuera el mapa internacional de Colombia, sus fronteras y de paso el artículo 101 de la Constitución de Colombia expedida en 1991 vigente, en donde se describe que “forman Parte de Colombia, además del territorio continental, el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa catalina, la isla de Malpelo y demás islas, Islotes, cayos, morros y bancos que le pertenecen, el subsuelo, el mar territorial, la zona contigua, la plataforma continental, la zona económica exclusiva, el espacio aéreo, el segmento de la órbita, geoestacionaria, el espectro electromagnético y el espacio donde actúa, de conformidad con el Derecho Internacional o con o con las leyes colombianas a falta de normas internacionales” (CPC).
Es decir que la actual Constitución de Colombia, ha sido modificada sustancialmente, en medio de un proceso de paz que se adelanta entre el Estado colombiano y las FARC –Ep, las que siempre ha considerado que esa Constitución del 91 debe ser modificada en favor de las demandas populares y para que se garantice como máxima Ley, la paz con justicia social y soberanía.      
EN RESPUESTA A ESTE FALLO internacional, a esta Oligarquía vendepatria y militarista colombiana lo único que se ocurre es rasgarse las vestiduras y convocar a los figurones del partido Conservador: Belisario, Pastrana, Noemí, y, del partido Liberal: Santos, Uribe Vélez, Cesar Gaviria, Angelino, Juan Lozano, Maria Emma y la canciller Holguín. No para denunciar que sus dos partidos políticos, dirigentes por dos siglos de los destinos del país, como los responsables históricos de la paulatina desmembración que Colombia ha sufrido a lo largo de la historia patria; sino para llenarse de un nacionalismo trasnochado y reaccionario que los justifique políticamente ante los colombianos y les apoye su precaria gobernabilidad, incluso recurriendo a las armas como lo acaba de anunciar el señor de las sombras Uribe Vélez.
Un repaso breve a uno de los tantos aspectos tocados en este fallo, cual es la historia de los tratados limítrofes modernos de Colombia, demuestra el entreguismo de la gran Oligarquía colombiana a los intereses de los monopolios imperialistas, para entregarles territorios alejados y abandonados a su suerte, en donde nunca ha ejercido una verdadera Soberanía. Veamos:  
1-. Panamá entregada a la voracidad del Imperialismo Yanky en 1904, por el gobierno conservador de José Manuel Marroquín, con la firma de los liberales derrotados después de la famosa guerra de los mil días, mediante un tratado firmado en el acorazado US Navy “Wisconsin”, al mando del el vicealmirante Silas Casey. Territorio por el cual el gobierno colombiano recibió posteriormente 20 millones de dólares.
2- Con Ecuador: Todo el territorio al norte del rio Amazonas, entregado durante el gobierno conservador de José Vicente Concha y su canciller Marco Fidel Suarez, mediante “el tratado Muñoz Vernaza- Suarez de Julio de 1916. Territorio reclamado por la “Texaco “
3-Con Perú: Toda la amazonía cauchera de la casa anglo-peruana “Arana”, entregada durante el gobierno del conservador de Pedro Nel Ospina, por el Plenipotenciario liberal Fabio Lozano Torrijos en 1922. Límites ratificados después de la escaramuza de guerra colombo peruana de 1932, por el ultra conservador Roberto Urdaneta Arbeláez, mediante “el protocolo Urdaneta –Belaunde” de 1934.
4 Con Venezuela: Durante la dictadura conservadora de Laureano Gómez, la entrega por parte del ya mencionado ultraconservador Roberto Urdaneta Arbeláez, a cambio de la extradición del guerrillero llanero Eliseo Velázquez, de todo el archipiélago denominado de los monjes ricos en yacimientos Petrolíferos.
5- Y en el caso que se acaba de fallar con Nicaragua, basados en un tratado firmado en 1928 (año de la masacre de las bananeras de Macondo) cuando Nicaragua estaba ocupada por los EEUU y, en Colombia gobernaba el abogado conservador de varias empresas estadounidenses Miguel Abadía Méndez, junto con el plenipotenciario Manuel Esguerra (¿ les suena ese apellido?) se logró ratificar el conocido tratado Bárcenas-Esguerra que definió la soberanía sobre la remota y abandonada región del archipiélago de San Andrés y, que en el 2001 dio origen a la demanda de Nicaragua ante la Corte Internacional de la Haya, acabada de fallar.   
En esta ultima etapa, la diplomacia colombiana estuvo representada por el general del ejercito colombiano Londoño Paredes, el conservador amigo personal del expresidente Pastrana y su canciller Guillermo Fernández de Soto y por la actual canciller Holguín; dando muestras de una incapacidad diplomática manifiesta, o de extrañas circunstancias que se desconocen, para llegar a acuerdos directos mutuamente benéficos con el gobierno nicaragüense. Hoy el fallo internacional de obligatorio cumplimiento corrige esta desidia e indolencia oligárquica.
Uno se puede preguntar: ¿Cómo piensa o pretende la Oligarquía militarista y vendepatria de Colombia, liderada por el guerrerista Uribe Vélez, desconocer un fallo internacional como el proferido?  ¿Haciendo causa común en su nacionalismo provinciano y reaccionario, con el musculoso y agresivo ministro de defensa de Santos; para amenazar con las armas al pueblo nicaragüense con su ejército de 500.000 hombres entrampados en una guerra de desgaste guerrillero, y, sobre todo, en medio de un proceso de paz como el que se adelanta en la Habana?
Pobres Oligarcas militaristas y vendepatria; la historia en lugar de absolverlos, los desnuda en toda su mezquindad e incapacidad como clase gobernante. ¡Patéticos!

Debate sobre el Fallo de la Haya Colombo-Nica: El fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre Nicaragua (San Andrés& archipiélago)

El Presidente Juan Manuel Santos lidera la reunión de la Comisión Asesora de Relaciones
Exteriores, este lunes en la Casa de Nariño. Desastre para la política de la cancilleria.



El fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre Nicaragua (San Andrés& archipiélago)
Por Horacio Duque
La Corte Internacional de Justicia de La Haya emitió un fallo para resolver un viejo litigio de fronteras marinas entre la Republica Sandinista de Nicaragua y el Estado colombiano.
La decisión del Tribunal no gustó a la clase dominante colombiana que se mostró apesadumbrada y llorosa por los medios de comunicación. Los sandinistas, con el pueblo nicaragüense en cabeza de su Presidente Daniel Ortega, han expresado su conformidad con la determinación que les amplía su plataforma oceánica, portadora de inmensas riquezas mineras.
Por supuesto, fue un contencioso mal administrado por los viejos oligarcas bogotanos y sus burócratas inveterados de la Cancillería, escriturada desde finales del Siglo XIX a la familia Holguín, un clan de viejos terratenientes chocoanos, vallunos y sabaneros, que desde la Regeneración nuñista, tienen el control de la diplomacia colombiana, como si fuese un latifundio particular. Carlos Holguín, Presidente pro hispano en 1892, incurrió en la indelicadeza de entregar el tesoro Quimbaya a la reina María Teresa de Madrid, para que decidiera en favor de su gobierno, en un litigio de fronteras en la Guajira con Venezuela. De ese tamaño es la visión del interés nacional de estos encopetados que en pleno siglo XXI ejercen el dominio de la mediocre Cancillería de San Carlos.
Previsible lo que acaba de ocurrir. El coronel Julio Londoño Paredes, el eterno jefe de fronteras del Ministerio de Relaciones, servidor eterno del régimen liberal/conservador e incapaz burócrata, es el directo culpable de este descalabro jurídico. Haber confiado este delicado asunto a tal personaje, como otros que tiene en sus manos, es un acto de irresponsabilidad descomunal por el que debe responder la actual jefe de la diplomacia, María Ángela Holguín.
Colombia pudo alcanzar un acuerdo satisfactorio con los sandinistas sobre el tema de San Andrés y la rica plataforma marina, pero su visceral odio a los revolucionarios de Managua, su conocida prepotencia frente al Socialismo nicaragüense, así como su seguidismo pro gringo, provocaron el resultado conocido por todos. Para que llorar sobre la leche derramada, señores Santos, Pastrana, Belisario, Gaviria, Angelino y señoras María Ángela Y María Ema.
Lo peor de todo esto es que el Presidente quiere desconocer el pronunciamiento internacional con argucias notariales. Adicionalmente puso a su mediocre Ministro de Defensa, heredero de una casta militarista de masacradores, a proferir amenazas contra Ortega y a lanzar afirmaciones para calificar de narcotraficantes y cómplices de la mafia a los gobernantes de la nación Centroamericano. Que despropósito Similar a lo que hace con el proceso de paz de La Habana, que si fracasa es por culpa de este inmaduro y lenguisuelto personaje.
Pero creo que con los sandinistas, a la torpe oligarquía bogotana, le sucederá igual que a los gringos, que hace algunas décadas, pretendieron destruir la heroica lucha revolucionaria de los sandinistas con paramilitares y ataques aéreos, con los resultados ya conocidos. 
Los sandinistas están en su derecho y fueron a La Haya con los mejores abogado, mientras Colombia se durmió en los laureles y la alcanforina de Londoño Paredes, quien debería renunciar junto a su Jefe. Se volvió a repetir la historia de José Manuel Marroquín, un vejestorio que siendo Presidente permitió que los gringos se robaran a Panamá. Un verdadero trauma en la historia nacional.
Daniel Ortega le ha dado la bienvenida a Santos a San Andrés. Mejor responder con modales diplomático. Hay que hacer oídos sordos a las proclamas de la bestia negra/AUV, en Medellín, que ya está sugiriendo guerra y ataques, para regresarnos a la belicosidad de su gobierno que nos aisló del resto de Sur América. Que prime la sensatez.
Con los sandinistas, así como con el Socialismo del siglo XXI, conviene cultivar relaciones esmeradas y de respeto. La rabia y el aislacionismo son malos consejeros, Señor Santos. Ya no lo veo de Secretario General de Naciones Unidas y si no mejora su tarea con la paz, la reelección se le puede ir al suelo. ¡¡¡¡¡¡¡Pilas!!!!!!!!

martes, 20 de noviembre de 2012

Fallo en la Haya: Posición nicaraguanse: “Así fue como Colombia se apoderó de nuestro territorio, la historia pasada”






“Así fue como Colombia se apoderó de nuestro territorio, la historia pasada”

Nicaragua escribe nueva historia

Desde hace casi 200 años Colombia disputa a Nicaragua parte de su territorio en aguas del Caribe.

Por: Augusto Zamora (actual Embajador de Nicaragua en España Articulo publicado en Revista Envío de la UCA Noviembre 1994)

Un mínimo y anómalo documento colonial de 1803 - que tuvo vigencia formal durante escasos 3 años y que nunca tuvo consecuencias prácticas - ha servido hasta hoy para que Colombia dispute a Nicaragua islas y cayos que, por geografía y por historia son parte del territorio centroamericano y más específicamente, del territorio nicaragüense, pues se encuentran claramente ubicados frente a nuestras costas. En litigio están también los límites de la plataforma marina - riquísima en pesca y minerales - en la que se encuentran estas islas y cayos.
La Cancillería nicaragüense está decidida a llevar la disputa territorial a la Corte Internacional de Justicia de La Haya, mientras el gobierno colombiano refuerza su presencia militar en la extensa zona en disputa y ha reiterado en recientes declaraciones del nuevo Presidente su “derecho” a estos territorios. “Quiero dejar el problema resuelto al terminar mi mandato”, ha declarado la Presidenta Chamorro, mientras técnicos y juristas van preparando el camino para que la resolución sea favorable a Nicaragua.
La historia de este diferendo es larga y refleja rasgos característicos de la geopolítica latinoamericana en este siglo XX. A continuación, algunos datos necesarios para situar mejor los orígenes y razones del litigio entre Nicaragua y Colombia.

 

Todo comenzó a finales del siglo XVIII

Lo primero que hay que tener en cuenta es que éste no es un diferendo limítrofe, geográfico. Colombia no tiene fronteras con Nicaragua. Dista más de 2 mil kilómetros de la Costa Atlántica nicaragüense y entre Colombia y Nicaragua se interponen Costa Rica y Panamá. Hace falta auxiliarse de la historia para entender la controversia.
A finales del siglo XVIII, la Corona española - en posesión por conquista y colonia de extensos territorios en América - nombró a Tomás O'Neille Gobernador de la isla de San Andrés, en la Costa de Mosquitos, frente a Nicaragua. Buscaba así hacer valer la autoridad de España frente a Inglaterra, que se había ido adueñando, desde hacía más de un siglo, de las costas atlánticas centroamericanas. Los ingleses quedaron oficialmente confinados en Belice. Sin embargo, durante casi todo el siglo XIX, la Costa de Mosquitos siguió, de facto, bajo dominio inglés. Las islas de San Andrés, Santa Catalina y Vieja Providencia habían seguido los avatares de toda la Costa Atlántica centroamericana y nunca fueron realmente ocupadas por España. Por su situación geográfica, sirvieron como centro de operaciones a aventureros y a contrabandistas. Desde 1631 vivían en estas islas decenas de familias inglesas.
El recién nombrado Gobernador O'Neille era ambicioso y aspiraba a mayores cargos, a mejores sueldos y a extensas tierras que trabajaran sus esclavos negros. Decidió dar el primer paso en esta dirección. Apoyado por los contrabandistas ingleses que vivían en San Andrés y por el Virrey de Santa Fe (territorio hoy colombiano, bajo el dominio español) escribió secretamente a Madrid exponiendo una situación patética en la isla de San Andrés y pidiendo que ésta pasara a ser “dependiente en todos sus ramos” del Virreynato de Santa Fe. La carta fue remitida sin consultar con el Capitán General de Guatemala (autoridad española con dominio sobre los territorios centroamericanos, incluída San Andrés). En respuesta, el Rey de España accedió y expidió una Real Orden el 30 de noviembre de 1803.
Doce líneas causaron el conflicto
La Real Orden es una docena de líneas en las que el monarca español establece que “las islas de San Andrés y la parte de la Costa de Mosquitos, desde el cabo Gracias a Dios inclusive hacia el río Chagres, queden segregadas de la Capitanía General de Guatemala y dependientes del Virreynato de Santa Fe”. Esto es todo. Esta es la base del litigio.
Enterado, el Capitán General de Guatemala protestó enérgicamente la decisión, manifestando que “siempre los establecimientos de Mosquitos han dependido de esta Capitanía General”. Solicitaba que las cosas volvieran a su estado anterior. Las razones del Capitán General fueron escuchadas y la Real Orden de 1803 quedó derogada por Real Orden de 1806.
La Real Orden de 1803 tenía en su formalidad un carácter eminentemente militar. Su objetivo era defender las costas de la isla de ataques de corsarios y piratas. Siendo todas las provincias territorio español, la Corona encargaba a las plazas navales más fuertes (Yucatán, La Habana o Cartagena) la vigilancia de otros territorios. Y aunque la palabra “segregación” usada en la Real Orden puede llevar a error, éste se aclara al saber que no fue seguida de ninguna otra disposición que indicara otro alcance que el militar y que, en la práctica, nunca fue aplicada.
De hecho, el Virreynato de Santa Fe (Colombia) no hizo acto alguno para proteger la Costa de Mosquitos. La presencia inglesa se mantuvo en la Costa mosquita y la isla de San Andrés cayó en manos inglesas el 26 de marzo de 1806. Sin disparar un tiro, O'Neille se rindió, después de que su tropa huyera en desbandada. La ocupación de la isla por los ingleses no motivó ninguna acción del Virreynato (Colombia).
Territorios en abandono
En esta situación de abandono estaban estos territorios cuando estallaron en México y Sudamérica las guerras de independencia contra el dominio español. Incidentes de aquellos años demuestran que Simón Bolívar y su gobierno no consideraron las islas como parte del territorio continental que estaban liberando de España.
La correspondencia de todos los años de pre-independencia entre Guatemala, Madrid y Santa Fe (Colombia) demuestra que la Costa de Mosquitos y sus islas adyacentes continuaron bajo la jurisdicción de Guatemala. La Real Orden de 1803 no fue vuelta a mencionar por nadie.
La independencia centroamericana, en 1821, encontró las islas en el mismo abandono, ocupadas entonces por un corsario que decía luchar bajo las banderas de Buenos Aires y de Chile.
Colombia no reclamó ningún derecho sobre territorio centroamericano hasta después de que, por un azar, alguien descubrió en junio-julio de 1824, entre los papeles del Virreinato de Santa Fe, la olvidada Real Orden de 1803. Y empezó el litigio. La disolución de la Federación Centroamericana en 1838 hizo que la controversia se bifurcara. Costa Rica, como único país fronterizo con Colombia - Panamá fue parte de Colombia hasta 1904 - heredó la parte fundamental del litigio, en tanto que Nicaragua, con la ocupación de la Mosquitia por Inglaterra, vio complicarse extremadamente su situación.

Siglo XIX: pretensiones y esfuerzos de Colombia

Durante todo el siglo XIX, con protestas simbólicas y periódicas, Colombia pretendió que Inglaterra reconociera sus reclamos sobre la Costa de Mosquitos, pretensión que fue rechazada siempre y categóricamente por el gobierno inglés. Por otra parte, Colombia ocupó las islas de San Andrés y Providencia, amparada en la Real Orden de 1803, y mantuvo permanentes controversias y negociaciones con Costa Rica. Mientras, Nicaragua trabajaba infatigablemente para recuperar la Mosquitia. Sus esfuerzos fructificaron poco a poco. En 1860, Inglaterra reconoció que la Costa formaba parte de Nicaragua y en 1881, un Laudo del emperador de Austria confirmó ese derecho. Durante todo este siglo y durante todas estas negociaciones, ningún país tomó en serio los pretendidos derechos de Colombia.
Dos hechos notables suceden a inicios del siglo XX. En 1900, el Presidente de Francia, Emile Loubet - designado árbitro en el conflicto Colombia-Costa Rica -, falló a favor de Costa Rica, negando validez a la Real Orden de 1803 y dejando a Colombia sin argumentos jurídicos con que fundamentar sus pretensiones sobre la costa caribe centroamericana.
El otro acontecimiento es la firma, en 1905, del tratado Altamirano-Harrison, por el cual Inglaterra reconoció formalmente la soberanía de Nicaragua sobre su Mosquitia. Las perspectivas eran inmejorables para que el diferendo con Colombia se solucionara a favor de Nicaragua. Pero, cautivo y desarmado jurídicamente, el gobierno de Colombia recurrió a dos artificios. Pidió al árbitro Loubet que declarara que las islas de San Andrés eran algo separado y distinto de la Mosquitia y que, por lo mismo, eran colombianas. Lo consiguió. Por otro lado, “dividió” artificialmente la Costa de Mosquitos, “adjudicándose” la zona correspondiente al territorio de Nicaragua.
Esta permanente estrategia colombiana de deformar los hechos llevó al historiador Manuel María de Peralta a afirmar: “Colombia se ha impuesto la odiosa tarea de echar por tierra la historia y la legislación de España en América con mira de apropiarse o de hacerse adjudicar un territorio que no le ha pertenecido NUNCA, y se ve obligada por la necesidad de su causa a echar mano del error o de las negligencias de un amanuense y a hacerse escribir historias y geografías muy dignas del padre Periquet”.

Entra en juego el gobierno de Estados Unidos

Mientras todo esto ocurría, el gobierno norteamericano, en base a una llamada Ley del Guano (18 agosto 1856), que le autorizaba a ocupar islas, rocas o cayos que no estuvieran bajo la jurisdicción de otro Estado, había declarado propiedad de los Estados Unidos los cayos y bancos próximos a Nicaragua. Bajo esta Ley del Guano (guano=excremento de gaviotas y otras aves marinas, muy rentable en el siglo XIX como fertilizante), Estados Unidos se apoderó del cayo Serrana en 1869 y en 1871, de los cayos Quitasueño y Roncador.
En su expansionismo imperial, Estados Unidos “olvidaba” que en el continente americano no había “tierras de nadie” y que todos los territorios que habían estado bajo el dominio de España pertenecían a los Estados ribereños, como sucesores. La Ley del Guano y la decisión estadounidense tendrían consecuencias nefastas para Nicaragua.
La decisión del árbitro Loubet, en favor primero de Costa Rica y después de Colombia, quedó en el papel y no fue ejecutada. Los acontecimientos políticos se precipitaron. En 1903, el territorio de Panamá fue arrancado del de Colombia por los Estados Unidos, que “fabricaron” así una república independiente para construir en ella el canal interoceánico. Colombia dejó de tener relación geográfica con Centroamérica y Panamá quedó como sucesor del diferendo. La nueva nación y Costa Rica replantearon la cuestión limítrofe, sometida a nuevo arbitraje en 1910. El Laudo del árbitro norteamericano Edward White confirmó en lo fundamental el Laudo Loubet.
Después de varios incidentes, la controversia entre Costa Rica y Panamá fue resuelta y Panamá jamás reclamó derecho alguno sobre la Costa de Mosquitos. Colombia, en cambio, desde una posición jurídicamente insostenible, continuó reclamando la Mosquitia nicaragüense, olvidándose de la costarricense y reteniendo las islas.
¡Estando de por medio dos naciones independientes, una de ellas Panamá - sucesora de los derechos de Costa Rica -y dos laudos arbitrales, Colombia seguía pretendiendo derechos sobre territorio nicaragüense!

Nicaragua intervenida por Estados Unidos

Nicaragua fue ocupada militar y políticamente por Estados Unidos en 1924. Fue entonces que el gobierno de Colombia inició una nueva vía: inició arreglos secretos con el de Estados Unidos para que éste obligara a Nicaragua a renunciar a sus derechos. Los norteamericanos no sólo querían mejorar sus relaciones con Colombia, gravemente deterioradas con la separación de Panamá. Tenían también intereses económicos. El Secretario del Tesoro norteamericano, el multimillonario Mellon, estaba urgido de que Colombia renovara la llamada concesión Barco - para exploraciones petrolíferas - y otros acuerdos pendientes sobre pesca y navegación entre ambos países. De Nicaragua, convertida en simple protectorado, no tenía Mellon nada que esperar.
La postrada Nicaragua de 1925 solicitó a Estados Unidos sus buenos oficios para someter a arbitraje el diferendo con Colombia. La respuesta del Departamento de Estado planteaba la única solución “equitativa”: para Nicaragua la Costa de Mosquitos y para Colombia, el archipiélago de San Andrés.
El caso permaneció estancado hasta que en 1928 Estados Unidos impuso a Nicaragua la suscripción de un acuerdo - negociado de previo con Colombia - que recogía totalmente la propuesta colombiana. La ocupada Nicaragua no pudo hacer nada para oponerse al diktak del imperio, que violaba su Constitución y sus derechos. La firma del mal llamado Tratado - conocido como Bárcenas Meneses -. Esguerra por sus firmantes -, nacido en circunstancias infames e impuesto por la fuerza de la ocupación extranjera, tuvo lugar el 24 de marzo de 1928, siendo Presidente el `contador jefe' Adolfo Díaz.
El “tratado” tenía sólo dos artículos: Colombia reconocía la soberanía de Nicaragua sobre la Costa de Mosquitos y Nicaragua reconocía la soberanía de Colombia sobre las islas de San Andrés y Providencia y sobre todas las demás islas, islotes y cayos del Archipiélago de San Andrés. Los cayos Roncador, Quitasueño y Serrana se excluían de la disputa y quedaban en litigio entre Colombia y Estados Unidos.

Resistencia de Nicaragua al Tatado Bárcenas Meneses-Esguerra

La resistencia a este Tratado en Nicaragua fue tal que Estados Unidos no logró su ratificación hasta dos años después, el 6 de marzo de 1930, después de coaccionar vivamente a José María Moncada, premiado con la Presidencia del país en el pacto del Espino Negro. El gobierno estadounidenses amenazó y presionó al gobierno y al Congreso nicaragüenses y los debates parlamentarios fueron apasionados, estando presente en ellos en todo momento la idea de que se trataba de un despojo. Mientras, la soberanía nacional era defendida en las montañas, donde el General Sandino y sus hombres enfrentaban a los marines.

Mapa

Paralelamente a sus negociaciones sobre cómo arrancar a Nicaragua el archipiélago de San Andrés, Colombia y Estados Unidos negociaron la situación de los cayos y bancos de Roncador, Serrana y Quitasueño. Por un acuerdo conocido como Olaya-Kellog, alcanzado en intercambio de notas y concluido el 10 de abril de 1928, las cosas quedaron como estaban: Estados Unidos se quedaba con los cayos. El despojo a Nicaragua era completo.

Durante la dictadura somocista, crece la geofagia colombiana

Durante la dictadura somocista - que coincide con el desarrollo de nuevas instituciones de Derecho del Mar, particularmente el derecho de las naciones con costas sobre sus aguas adyacentes y sobre la plataforma continental -, Nicaragua reclamó insistentemente sus derechos sobre los cayos y bancos de Roncador, Serrana y Quitasueño y sobre toda su plataforma continental.
No satisfecha con lo obtenido en 1928, Colombia continuó expandiendo sus pretensiones sobre las áreas marinas y submarinas de Nicaragua. El siguiente paso - sostenido únicamente por vetustos buques de guerra - fue tomar la declaración anexada por el Congreso nicaragüense en 1930 al ratificar el “tratado” de 1928, en el sentido de que el meridiano 82 constituía la frontera marítima entre ambos países. Así, impuso de forma unilateral una frontera marítima a Nicaragua, privándola de casi toda su plataforma continental y de su mar adyacente.
Como consecuencia de la geofagia colombiana, se multiplicaron los incidentes entre pesqueros nicaragüenses y naves de guerra colombianas en las áreas en disputa. Esto fue generando entre los nicaragüenses un sentimiento de resentimiento hacia Colombia, que amparaba con la fuerza su orfandad de derechos.
En 1969 se produjo el más fuerte incidente diplomático entre Colombia y Nicaragua, después de que el gobierno nicaragüense estuvo otorgando concesiones de exploración petrolera más allá del meridiano 82 - en 1964 a la Union Oil, en 1966 a la Mobil Oil, en 1965 a la Shell y en 1967 a la Chevron -.

Colombia: política expansionista

Dentro de su política expansionista, Colombia suscribió con Estados Unidos el 8 de septiembre de 1972 un nuevo tratado, conocido como Saccio-Vázquez Carrizosa. Por él, Estados Unidos cedía y traspasaba la soberanía de los cayos y bancos de Roncador, Serrana y Quitasueño a Colombia, poniendo fin de esa manera a lo acordado en las notas Olaya-Kellog. El tratado de 1972 provocó una vehemente reacción en Nicaragua, que de inmediato expresó su firme oposición. La reacción del gobierno colombiano fue arrogante: una comisión oficial, presidida por el Ministro de Defensa, visitó los cayos, haciendo gala del “poderío” naval colombiano. En respuesta, un grupo de periodistas nicaragüenses visitó Quitasueño e izó allí la bandera nacional.
El tratado fue un golpe político a la dictadura somocista, fiel representante de los intereses de Estados Unidos en Nicaragua. A través del fuerte lobby que tenía en el Congreso norteamericano, Somoza logró evitar que el Senado estadounidense ratificara el tratado. En esta situación encontró el litigio la revolución sandinista.
En los últimos meses de 1979 se abrió paso en la Cancillería de Nicaragua la preocupación por la defensa de los intereses territoriales del país y la voluntad de poner fin a 70 años de abandono y corruptelas, que amenazaban con hacer mayores las pérdidas territoriales de Nicaragua. Como primer paso, se decidió atajar el expansionismo colombiano en el mar Caribe, que amenazaba con privar a Nicaragua de extensas zonas de sus mares y de su plataforma marina.

Política territorial del gobierno revolucionario

La primera manifestación de la política territorial del gobierno revolucionario fue la promulgación, el 19 de diciembre de 1979, de una Ley sobre Plataforma Continental y Mar Adyacente, que establecía una zona de 200 millas náuticas “de soberanía y jurisdicción” y proclamaba el dominio nacional, exclusivo y excluyente, sobre la plataforma continental y los recursos marinos. Hasta aquel momento, Nicaragua mantenía sólo una “zona pesquera” de 200 millas náuticas.
Entre octubre y noviembre de 1979 se iniciaron en la Cancillería nicaragüense los estudios sobre la legalidad del “tratado” de 1928. Por vez primera desde 1909, Nicaragua tenía un gobierno verdaderamente nacional, no sujeto a los dictados ni a los intereses de Estados Unidos, y esto le permitía desarrollar una política activa de defensa de los derechos del país. No había interés en provocar una crisis con Colombia, pero menos interés había en mantener una situación injusta, consecuencia de 70 años de intervención de los Estados Unidos en Nicaragua. Teníamos conciencia de que se estaba en una oportunidad histórica y que no podía desaprovecharse.
La Cancillería presentó su propuesta a la Junta de Gobierno en noviembre: Nicaragua debía realizar un acto positivo para rescatar sus derechos sobre las islas de San Andrés y Providencia, así como para fortalecer sus derechos a la totalidad de sus áreas marinas y submarinas, particularmente en relación a los cayos y bancos de Roncador, Serrana y Quitasueño. El “tratado” de 1928 era nulo e inválido, por vicios insubsanables en su raíz - inconstitucional, impuesto por la fuerza, violatorio de tratados - y la Junta debía declararlo así. Se llevaron a cabo decenas de reuniones, explicativas, aclarativas, informativas. Alguno llegó a hacer la inevitable pregunta: “¿para qué tanta agua?” La respuesta era obvia: para defender la soberanía territorial y los enormes recursos que contenían esos espacios marítimos e insulares. Finalmente, hubo acuerdo general sobre la propuesta de declarar la nulidad e invalidez del “tratado” de 1928.
No había actuado mal el gobierno colombiano de Turbay Ayala en relación a la revolución sandinista. El 16 de junio de 1979, en Cartagena, el Pacto Andino había reconocido al FSLN como “fuerza beligerante”. Después, había establecido muy pronto relaciones con la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional. Eran gestos notables, teniendo en cuenta la tradición de los gobiernos colombianos de desarrollar una política exterior de bajo perfil y a la sombra de la política norteamericana.

Libro Blanco: las razones de Nicaragua

El gobierno revolucionario elaboró un Libro Blanco, donde se explicaban las razones de Nicaragua. La decisión no era fácil. No había ningún deseo de que el acto de reivindicación de un territorio histórico, geográfica y jurídicamente nicaragüense, se interpretara como un gratuito gesto de animadversión o como pretexto para crear una crisis artificial, aunque era obvio que Colombia no aplaudiría.
El 4 de febrero de 1980, en solemne acto celebrado en la Casa de Gobierno y ante el Gabinete y el cuerpo diplomático, la Junta de Gobierno en pleno - Daniel Ortega, Sergio Ramírez, Violeta Barrios de Chamorro, Moisés Hassan y Alfonso Robelo - presentaron la Declaración sobre las islas de San Andrés y Providencia y territorios circundantes. En ella, requerían la devolución a Nicaragua de esos territorios, que le pertenecían por inobjetables títulos jurídicos, históricos y geográficos, y declaraban la “nulidad e invalidez” del “tratado” de 1928.
Esta declaración constituyó la primera acción internacional del nuevo gobierno revolucionario en defensa de los intereses nacionales. Provocó también la primera crisis de política exterior. Colombia reaccionó duramente, rechazando de inmediato la declaración nicaragüense, reafirmando sus derechos y llamando a Bogotá a su embajador en Managua. Los medios de prensa colombianos se llenaron de artículos sobre el tema, señalando que tras la declaración de Nicaragua estaba una “conjura comunista” con Cuba. En diciembre de 1980, el gobierno de Colombia publicó su propio Libro Blanco, en respuesta al de Nicaragua, que no agregaba argumentos nuevos.
El gobierno colombiano, conocedor de la creciente desconfianza norteamericana hacia la revolución sandinista, se plegó más que nunca a Estados Unidos, convirtiéndose en uno de los principales críticos de la revolución nicaragüense y en firme aliado de la política exterior norteamericana. A cambio, los norteamericanos reconocían sus pretensiones sobre Roncador, Quitasueño y Serrana. El gobierno de Turbay Ayala criticó acervamente al FMLN-FDR y apoyó al gobierno de Duarte en El Salvador, atacó la declaración conjunta franco-mexicana de reconocimiento al FMLN como “fuerza política representativa”, envió fuerzas armadas al Sinaí - único país, además de Fiji que lo hizo - y con Chile fue la única nación latinoamericana que no apoyó a Argentina en el Conflicto por las Malvinas. El 23 de marzo de 1981 cortó sus relaciones con Cuba.

La llegada de Reagan al poder

El gobierno de Ronald Reagan significó el fin de cualquier posible convivencia entre Estados Unidos y Nicaragua. El antisandinismo de Reagan lo llevó a ratificar en 1981, a petición del gobierno de Colombia, el tratado Saccio-Vázquez Carrizosa de 1972, “cediendo” Estados Unidos a Colombia los cayos de Quitasueño, Roncador y Serrana. Más que un reconocimiento a los derechos de Colombia, el acto era un castigo a la política nacional e independiente del gobierno sandinista. El ex-Ministro de Relaciones Exteriores y firmante del tratado, Alfredo Vázquez Carrizosa, comentó: “Si Nicaragua se comporta amistosamente, será necesario aplazar la aprobación. Si mal, la puerta está abierta para refrendarlo”.
Las relaciones entre Nicaragua y Colombia mejoraron ostensiblemente con la Presidencia de Belisario Betancur en 1982. Un tanto sorpresivamente, Betancur decidió rescatar a Colombia de su sumisión a Estados Unidos y sacarla de su aislamiento en el entorno latinoamericano. Dos pasos ilustran esta nueva etapa: el ingreso de Colombia en el Movimiento de Países No Alineados y su decisión de involucrarse en los esfuerzos por encontrar una solución pacífica a la crisis centroamericana, nucleados en torno al Grupo de Contadora. Como lo cortés no quita lo valiente, se mantuvo la controversia territorial y el gobierno de Colombia protestó en dos ocasiones - en 1984 y 1985 - por acciones en las que Nicaragua reivindicaba sus derechos en el archipiélago de San Andrés y en los cayos caribeños, pero la protesta no trascendió de intercambios diplomáticos para cubrir formalidades.
El último año de la presidencia de Betancur se enrarecieron las relaciones y en los últimos días de su mandato, el 2 de agosto de 1986, el gobierno de Colombia suscribió con el de Honduras un tratado limítrofe, repartiéndose ambos países casi todo el territorio marítimo de Nicaragua en el Caribe, acuerdo coherente con el permanente expansionismo colombiano en aguas caribeñas. En lo que afecta a Centroamérica, Colombia tiene suscritos tratados de este tipo con Panamá (en vigor desde noviembre/77) y con Costa Rica (firmado en marzo/77, pero sin entrar en vigor por la negativa del Congreso costarricense a ratificarlo).

El Congreso colombiano ratificó el tratado con Honduras en octubre/86 con la única oposición de la Unión Patriótica.

No sucedieron más sobresaltos en los años posteriores. Cada país quedó en su posición y en Nicaragua, la guerra acabó desplazando las cuestiones territoriales a un segundo plano. En 1990, el cambio de gobierno no significó un cambio de actitud ni en Colombia ni en Nicaragua. Después de ciertas vacilaciones iniciales, el gobierno de Violeta Chamorro mantuvo la política territorial trazada por el sandinismo, considerando nulos e inválidos todos los “tratados” fabricados por Colombia en estos 60 años para despojar a los nicaragüenses de nuestros territorios. Para Nicaragua, no hay otra política posible.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Debate sobre el proceso de Paz: La ultraderecha se quedará esperando la claudicación de los luchadores por paz y justicia…

El proceso visto por Areito

Notas “Voz de Colombia”


Punto de vista de un desterrado colombiano

No.007 - Noviembre 18 de 2012
Por: Valmen – Vozcol
Micronota:

Política de desarrollo agrario integral: Tema con el que se inicia el proceso de diálogo, según el acuerdo General para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera. La solidaridad internacional es fundamental para el éxito del proceso…


La ultraderecha se quedará esperando la claudicación de los luchadores por paz y justicia…
A los agresivos círculos de poder y etiqueta imperial, capitalista y neoliberal, cada vez se les está haciendo más difícil engañar a la comunidad internacional progresista y a las víctimas de la antidemocracia, el terrorismo de Estado, la gran corrupción, el narcoterrorismo, la narcoparapolítica, la entrega de soberanía, la mentira y el engaño.
Es así como ahora, cuando el generoso y batallador pueblo colombiano intensifica su movilización y genera una nueva posibilidad de alcanzar importantes espacios de paz con justicia social, los llamados dueños del poder intentan cambiar de esquina y hacerse pasar por “inocentes víctimas”, maniobra que, una vez más, seguirá acechando sin que las mayorías del país crean en ella.
Es perfectamente claro que los encumbrados y guerreristas “dueños del poder”, sin que les aflore un mínimo de vergüenza en la cara, siguen pretendiendo imponer un esquema de “paz” en el que: la insurgencia plantee y protocolice la rendición; los campesinos y trabajadores declinen sus derechos en favor de los intereses geopolíticos y económicos del imperio, las multinacionales y la clase dominante tradicional y emergente; en el que el sector financiero pueda acrecentar, aún más, sus fabulosas y aceleradas ganancias; en el que los negociantes de la salud, la vivienda y la educación, sigan alimentando sus lucrativos negocios; en el que, el abuso de poder, la impunidad y la corrupción, encuentren los grandes agujeros que les permita cometer todo tipo de atropellos, despojos y abiertos atracos al erario público; en el que los grandes medios de comunicación tengan mayor libertad para torcerle el cuello a la verdad, mediante la mentira y el engaño.  
La comunidad internacional progresista y más del 80% de la opinión interna, según los propios datos de las empresas encuestadoras afines al sistema imperante, se vienen pronunciando en favor de darle continuidad a un proceso de diálogo, sin que este sea sometido a presiones y chantajes. Confirma tal realidad la activa solidaridad universal y la constante movilización de quienes, en realidad, quieren para Colombia una paz cierta, una justicia social efectiva, una democracia que no esté plagada de trampas y una soberanía interna y externa sin cortapisas.
Así, en el pleno convencimiento de que la victoria final será del pueblo, corresponde a todas las fuerzas amantes de la paz intensificar la unidad, la organización y la decisiva e insoslayable movilización en cada uno de los habitados espacios geográficos de la patria. 
Inquietud de Paquito:
¿Cuándo el gobierno iniciará el desmonte real del narcoparamilitarismo…? 
(Hasta la próxima)



domingo, 18 de noviembre de 2012

Colombia: Paz, tiempos, prensa, sociedad civil y reforma agraria democrática integral


Por Horacio Duque

Todo parece estar listo para que mañana lunes 19 de noviembre entre a funcionar la Mesa de Conversaciones de La Habana, entre el gobierno del Presidente Juan Manuel Santos y las Farc, con sus correspondientes delegaciones de plenipotenciarios y asesores designados.
Conviene resaltar que el Acuerdo general pactado desde agosto, luego de una etapa preliminar de exploraciones, sugiere dos grandes capítulos para el trabajo. El primero se refiere a la terminación del conflicto armado que dura ya mas de 50 años. El segundo a la construcción de una paz estable y duradera. 
Obviamente la agenda de 6 puntos es la columna vertebral de los diálogos. No obstante, el espíritu del Acuerdo es la base de todo. Lo que implica dar una lectura e interpretación sincrónica y no por fases o compartimentos estancos a los diversos campos establecidos.
No obstante, se han expresado inquietudes e ideas de orden procedimental que tienen validez. 
1. ¿Qué tiempo durarán las conversaciones?La duración de las conversaciones preocupa a las partes. El gobierno se inclina por un proceso veloz, de pocas semanas o meses. Entre tanto, las Farc ha dicho que no es saludable presionar con fechas la Mesa. Los tiempos de la paz no pueden ser cronológicos, con días, horas y minutos cantados de antemano. Sus tiempos son ontológicos y atienden más a condiciones optimas para la materialización.
Al respecto no sobra decir que en Irlanda el asunto se tomó más de 120 meses -cerca de 10 años- y aún no termina su implementación; en El Salvador, fueron casi 70 meses; en Guatemala, 40 meses; y en Sudáfrica, por lo menos 60 meses.
10 meses para Colombia no parecen ser adecuados, dada la complejidad del problema y sus profundas raíces y manifestaciones. Aunque por las velocidades y “liquidez” del tiempo posmoderno, ese lapso es una eternidad y son muchas las cosas que se pueden hacer durante el mismo, de existir la mejor voluntad, sobre todo del gobierno, que en otros ámbitos de su gestión no parece tener mucha agilidad y eficiencia. Lo hemos visto con la Ley de Tierras y reparación de víctimas, presentada como “la gran revolución agraria” santista, promocionada en el mundo por el desaparecido escritor mexicano Carlos Fuentes como la panacea para la violencia colombiana. Ya han transcurrido dos años y los resultados de este instrumento jurídico son lamentables y ridículos Las restituciones encallaron en los juzgados agrarios y los trámites administrativos; al tiempo, los ejércitos antirestitución siembran el terror entre los campesinos, en extensas zonas del país, con la complacencia de los encargados del “monopolio legítimo” de la violencia, y las reparaciones monetarias se convirtieron en dinero de bolsillo de los agentes electorales del régimen, como en Norte de Santander y Cúcuta, donde se concentran casi 200 mil víctimas de la violencia, sitio en que un prominente senador santista, jefe de los funcionarios municipales y departamentales encargados del tema, es quien da las autorizaciones para los giros respectivos a sus recomendados, desde su Directorio electoral clientelista y reeleccionista.
Bien se le puede replicar al señor Humberto De La Calle, el circunspecto jefe de la delegación oficial, para solicitarle en sus términos, menos retórica, mas transparencia, menos clientelismo y más resultados concretos para la paz y la convivencia, que como lo establece el documento del Acuerdo, garanticen la efectividad del proceso para concluir el trabajo sobre los puntos de la agenda, de manera expedita y en el menor tiempo posible, para cumplir con las expectativas de la sociedad sobre pronto acuerdo. Y de esa manera la duración pueda estar sujeta a evaluaciones periódicas de los avances.

2. El “hecho comunicacional de la paz”

Las comunicaciones son otra inquietud. Por lo que ocurrió en Oslo, con la rueda de prensa de las Farc, censurada por las cadenas mediáticas predominantes (Caracol y RCN) y con lo que está ocurriendo, debido a la manipulación de centenares de periódicos, emisoras y canales regionales de televisión, en los que una jauría de supuestos analistas y testaferros de la pauta estatal, presenta los temas de la paz a su amaño para estigmatizar y satanizar los actores que dialogan, es prioritario construir el “hecho comunicacional” de la paz. En la pos modernidad las comunicaciones lo son todo. La estructura de la sociedad es esencialmente comunicaciones. Las comunicaciones son las unidades constituyentes y reproductoras de los sistemas sociales. Ello explica que en el Acuerdo este tópico se trate de manera reiterada, para establecer que como parte de la democratización política se garantizará el acceso a los medios de comunicación y en el transcurso de las conversaciones se establecerá una estrategia de difusión eficaz. La paz como sistema social se construye en gran parte con el concurso de un dispositivo comunicacional imparcial, objetivo y sinergicos con los principios de la no violencia.

3. La participación de la sociedad civil

La participación de la sociedad civil es un punto que plantea interrogantes. Si bien es cierto la Mesa necesita, por razones técnicas, alguna discrecionalidad en su funcionamiento, no se puede ignorar que su fuerza política depende del consentimiento popular. La legitimidad de la paz tiene estrecha relación con la mayor participación popular, la misma que no se puede organizar a retazos. Intervención que bien puede darse con diversos instrumentos y escenarios. La paz 2.0, con una página web interactiva, es necesaria pero no suficiente. Lo que si resulta un peligro es el canal de Adpostal para enviar propuestas y sugerir ideas, por la casi segura manipulación que hagan los servicios secretos, la Central de Inteligencia del Coronel Echandía y los grupos paramilitares, de información y datos privilegiados para desatar campañas criminales contra la sociedad, con masacres, desapariciones, cárcel y asesinatos de los amigos de la paz, como ocurrió en el pasado con la Unión Patriotica y el período del Caguan, que fracaso por el Plan B del señor Pastrana para armar hasta los dientes el ejército oficialista sin importarle un comino la paz de Colombia. Ojala el señor Santos, tan proclive a jugadas traidoras, deje a un lado su Plan B que consiste en la estrategia “Espada de Honor” para liquidar y acribillar la insurgencia campesina revolucionaria, mediante golpes de mano, campañas de exterminio, asaltos y drones asesinos. O sus infantiles amenazas de abandonarlo todo porque según su desapacible perspectiva si se suspende La Habana no pasa nada, como si con las esperanzas de paz de los colombianos se pudiese jugar impunemente.
Pero, independiente de lo que se decida en La Habana, en dicha materia, el pueblo debe movilizarse de manera autónoma con manifestaciones, concentraciones, plantones y eventos de toda índole, que respalden la paz. No hay que ahorrar recurso para apoyar las conversaciones y sus avances concretos. La Mesa de diálogos es una conquista democrática y popular para defender con mucha firmeza. 

4. La cuestión agraria y el desarrollo rural

El tema inicial es el de la cuestión agraria. Los puntos ordenados se resumen en la necesidad de resolver el problema de la grave concentración de la propiedad rural en una minoría terrateniente, que monopoliza las mejores tierras del país como fundos ganaderos e improductivos, al tiempo que 10 millones de campesinos y trabajadores rurales se debaten en la pobreza, la exclusión y el desplazamiento forzado.
El latifundio feudal es el principal foco de violencia en Colombia, a lo largo de su historia.
Su origen viene desde la conquista y colonia hispana, que implicó un tremendo despojo de las sociedades indígenas, mediante el exterminio violento de los grupos amerindios, victimas de la voracidad de los señores feudales de la corona española, la que los retribuía mediante Cédulas Reales, con las mejores tierras a través de la Encomienda. El latifundio encomendero fue la principal relación social durante los siglos XVI, XVII y XVII en la Sabana de Bogota, en la Costa Caribe, en los Valles del Río Magdalena y Cauca y Uraba. Desde aquella época perviven gigantescas haciendas en manos de apellidos muy conocidos e influyentes en la sociedad. Son los señores de la tierra y de la guerra.
La revolución y las guerras de independencia lideradas por Simón Bolívar, incluyeron esfuerzos por eliminar la gran propiedad latifundista, pero los resultados no fueron plausibles por cuanto la prioridad era la constitución de naciones soberanas en el modelo de la democracia liberal burguesa que emanó de la revolución francesa y americana.
Con posterioridad, al promediar el siglo XIX, fueron generales bolivarianos, como Jose María Melo y Tomas Cipriano de Mosquera, los que realizaron políticas semejantes a una reforma agraria. Mosquera fue implacable con el latifundio católico de los jesuitas y otras ordenes religiosas, las que promovieron varias guerras civiles (1862, 1865, 1876, 1887 y 1899), a través de los jefes conservadores, para impedir la democratización de la propiedad de la tierra. Jefes conservadores con apellidos que aún estan vigentes -Holguin, Ospina, Hurtado, Reyes, Restrepo y Caro- utilizaron, junto con la iglesia, sistemáticamente la violencia contra los campesinos y los liberales, hasta recuperar sus extensos fundos y organizar el Estado confesional de la Regeneración nuñista que implanto un régimen político reaccionario vigente hasta la década del 30 en el siglo XX, cuando colapsó por la presión burguesa, obrera y popular.
Los ecos de la radical reforma agraria llevada a cabo por la revolución rusa de 1917, liderada por Lenin, Kamenev, la Krupskaya, Bujarin, Troski, Radek y Stalin, se sintieron por todo el planeta.
Entre 1934 y 1938, Alfonso López Pumarejo, un cafetero burgués y liberal, ante la movilización socialista que simpatizaba con el programa sovietico , implementó, desde la Presidencia de la República, unas tibias reformas sociales como las que se incluyeron en la Ley 200 de tierras que enfatizaban básicamente en la función social de la propiedad para proceder a la expropiación de latifundios improductivos. Sin embargo, la cosa no llegó a mayores porque los poderosos latifundistas, entre ellos la iglesia católica, dejaron sentir su monumental peso político y alimentaron nuevas guerras civiles, promovidas por el Partido Conservador y sus jefes falangistas como Laureano Gomez, Gilberto Alzate, Aquilino Villegas, Fernando Londoño y Marcelino Velez.
La tormenta reaccionaria, con ecos coloniales, forzó el repliegue de la burguesía liberal y cerró con el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitan, el cual marcó un hito en la historia nacional, dando pie a un prolongado ciclo de matanzas y exterminios en masa de campesinos, los mismos que se encuadraron en autodefensas populares y revolucionarias organizadas por los comunistas, para demandar una reforma agraria democrática desde el año 1963, sin que aún sea realidad.
Tanto la reforma agraria hecha por el Presidente Mao Tse Tung, después del triunfo de la revolución China en 1949 y profundizada por el Gran Salto y la Revolución cultural de los años 60, como la reforma agraria establecida en Cuba, a partir de 1959, luego del triunfo del ejército rebelde del comandante Fidel Castro, que liquidaron de raíz el latifundio feudal para entregar la tierra a los campesinos trabajadores, ejercieron una enorme influencia sobre los campesinos colombianos.
Temerosa de una revolución socialista que replicara lo de China y Cuba, la burguesía liberal, retomo, con el patrocinio gringo de la Alianza para el Progreso, durante el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, a mediados de los años 60, las banderas reformistas para aprobar leyes e instituciones de modernización agraria que le dieran espacio al capitalismo en el campo. Para el efecto se promovió la Asociación de Usuarios Campesinos/ANUC, organizada por un lider gaitanista que se desempeñaba como Ministro de Agricultura, el doctor Apolinar Diaz Callejas. Además, se crearon distritos de riego, se otorgaron créditos y construyeron infraestructuras viales, que favorecían a los empresarios, tipo farmer, de la ruralidad subsumida por las relaciones mercantiles estimuladas por el gobierno, obligados a una coexistencia con el junker violento tradicional.
El triunfo fraudulento del siguiente Presidente, el conservador Misael Pastrana Borrero, freno en seco el reformismo agrario de la burguesía llerista. Pastrana se reunió con el cogollo terrateniente y firmaron un Pacto en el municipio tolimense de Chicoral, para enterrar todas las leyes emparentadas con la democratización rural. Fue el triunfo de la “vía junker”, como la denominó Lenin en su celebre texto sobre el Desarrollo del Capitalismo en Rusia.
La casta terrateniente, heredera de siglos, sigue viva y mandando. Es mayoritaria en el Estado y en el Congreso de la República, pues en su gran suma, senadores y representantes, son reconocidos latifundistas en sus regiones de origen Dispone de tropa pública y paramilitares para impedir con bala, machete y leyes cualquier esfuerzo de justicia con los campesinos.
Hicieron con las bandas paramilitares organizadas por el Ejército gubernamental, a punta de matanzas y exterminios colectivos, durante el periodo comprendido de 1980/2011, una descomunal contrareforma agraria, de la mano de Turbay Ayala, Belisario Betancur, Andrés Pastrana y Alvaro Uribe, su más visible representante, con extensas haciendas en Antioquia y Córdoba.
Las guerrillas de la resistencia revolucionaria que encarnan las Farc, se gestaron en el ambiente rural como expresión del derecho a la rebelión de los pueblos frente a la inveterada violencia de los señores del latifundio y su Estado oligarquico.
Es lo que explica que su bandera sea una reforma democratica integral que elimine el latifundio terrateniente y entregue la tierra a mas de 10 millones de campesinos, acompañando tal medida con créditos, subsidios, vias, infraestructuras, educación, escuelas, salud y derechos políticos que permitan su participación efectiva en el gobierno de las instituciones públicas.
Una reforma agraria de esas dimensiones, que favorezca la cooperación campesina y el desarrollo solidario no es incompatible con una economía capitalista moderna que garantice la seguridad alimentaria de la población con granos,legumbres, verduras y frutas.
Desafortunadamente el programa del gobierno, con las Locomotoras minera y agricola, con su Ley de restitución de tierras y el proyecto de Desarrollo rural, no permiten ser optimistas sobre eventuales avances en la Mesa de La Habana. Ojala la dialéctica de las conversaciones arroje resultados favorables para la paz con justicia social en el campo nacional. Pero se requiere que los campesinos se movilicen, salgan a las calles, hagan manifestaciones y demanden la reforma agraria democratica integral.

Paz, la tierra es para el campesino que la trabaja

Por Horacio Duque
El lunes 19 de noviembre prosiguen en La Habana las conversaciones de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc. El tema es el primer punto de la Agenda consensuada, que se refiere al desarrollo agrario integral, el que se considera determinante para promover la integración de las regiones y el desarrollo social, económico y equitativo de Colombia.
Los puntos de ingreso a este trascendental asunto son los siguientes: Acceso y uso de la tierra. i) Tierras improductivas. Formalización de la propiedad. Frontera agrícola. Protección de zonas de reserva. ii) Programa de desarrollo con enfoque territorial. iii) Infraestructura y adecuación de tierras. iv) Desarrollo social: salud, educación, erradicación de la pobreza. v) Estímulo a la producción agropecuaria y a la economía solidaria y cooperativa. Asistencia técnica. Subsidios. Créditos. Generación de ingresos. Mercadeo. Formalización laboral, y vi) Sistema de seguridad alimentaria.
El problema de la tierra es esencialmente político, sin minimizar sus dimensiones técnicas. La naturaleza política surge por las características de la propiedad que prevalece en el campo. Desde la colonia hispánica, cobró forma el latifundio como estructura social predominante, hasta el día de hoy. Grandes extensiones están concentradas en pocas manos. Los terratenientes son una casta minoritaria que controla millones de hectáreas de las mejores tierras. Las que explota con aberrantes sistemas feudales/serviles.
15 millones son campesinos, pequeños y medianos propietarios, pero la gran mayoría -10 millones- son trabajadores con sus familias sobreviviendo en condiciones infames de pobreza y miseria, no obstante la demagogia de las élites sobre la democratización del campo que escuchamos desde los años 30 del siglo pasado, cuando cobró auge el tema de la tierra y las luchas agrarias por la influencia universal de la revolución soviética, que de la mano de Lenin, realizó un amplio programa de distribución democrática de la tierra entre los campesinos rusos, que originó la ira de la aristocracia rural hasta el punto de organizar la guerra civil y las invasiones de ejércitos reaccionarios/blancos para aplastar el poder obrero y campesino.
La propiedad de la tierra, en manos de poderosos señores, es un aberrante símbolo reaccionario. Desde tiempos remotos, cualquier intento por repartirla produce la ira enloquecida de la aristocracia que promueve guerras civiles para mantener el statu quo. Paso con los Gracos en Roma, entre los años 131 a 124 a.d.e. Los tribunos plebeyos debieron pagar con sus vidas el intento de entregar tierras a los campesinos romanos. 
En Colombia, durante la segunda mitad del siglo XIX, a partir de 1862, la reforma agraria promovida por el general bolivariana Tomas Cipriano de Mosquera para eliminar el latifundio católico/hispánico fue la causa de varias guerras civiles locales, regionales y entre los 9 estados. Durante 50 años, hasta la guerra de los mil días (1900), no hubo paz hasta cuando los grandes terratenientes recobraron sus descomunales fundos a punta de plomo y violencia contra los campesinos, en los Valles de los ríos Magdalena y Cauca, en Urabá, en la Sabana de Bogota y en la Costa Caribe. Para tales fines diseñaron un Estado y un régimen político de regeneración ultraconservadora que impuso un orden absoluto en todos los ámbitos de la vida social, mediante la creación de la policía, la formalización de la milicia, la reglamentación estricta de la prensa, el control sangriento de los opositores liberales y el dominio religioso de la educación pública y privada.
La actual guerra civil es apalancada por el problema de la tierra, que sigue vigente. El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, la revuelta popular que le sobrevino, los 500 mil muertos de los años 50, el terror paramilitar de las guardias pretorianas latifundistas durante 5 décadas, el desplazamiento de millones de pobres mediante la violencia y el alzamiento armado de los campesinos revolucionarios que formularon, desde 1963, un Programa de reforma agraria para democratizar la propiedad de la tierra, son consecuencia directa del latifundio y las formas políticas retardatarias que lo acompañan, todavía. ¿O acaso es que Uribe Vélez no es un epitome?
No obstante, diversas estrategias de cierta burguesía seudo progresista, el capitalismo no subsume aún, en las relaciones mercantiles, el ámbito rural. La economía cafetera, por sus vínculos con el mundo global y su centralidad en la conformación del mercado nacional, fue el referente para estimular cierto capitalismo agrario con distritos de riego, infraestructuras viales, créditos a los capitalistas y subsidios como los de agro ingreso seguro que se destaparon como un carrusel de corrupción. Es el capitalismo al gusto de R. Hommes, de estirpe llerista.
El problema en lo fundamental persiste. La tierra en Colombia está en poder de grandes latifundistas. A millones de campesinos se les niega el derecho a la misma. “La tierra es para los campesinos que la trabajan”, es un postulado que mantiene plena vigencia.
La reforma agraria democrática ha sido un asunto presente en todos los diálogos de los campesinos revolucionarios de la resistencia con el Estado. En la época de Belisario Betancur (1984), las conversaciones para la paz se iniciaron con la reforma agraria para eliminar el latifundio. Ese intento de concertación fracaso y hasta el día de hoy sigue ahí, pues el problema esta tal cual.
El lunes se retoma en La Habana. No valen eufemismos. La cuestión es cómo entregar la tierra a 10 millones de campesinos que la demandan democráticamente, con créditos, vías, educación, salud, acceso a mercados, precios justos, organización de zonas de reservas campesinas y derechos políticos para participar en la vida pública sin restricciones ni sometimientos a gamonales y caciques politiqueros que manipulan a su antojo el Estado, con sus regalías, familias en acción y reparaciones a victimas, utilizadas como plata de bolsillo por los senadores amigos del régimen de la Prosperidad Democrática. Hay que ver lo que hacen en Norte de Santander, Bogota y Medellín, donde esta el mayor número de victimas, los legisladores santistas liberales, conservadores, verdes y de la U.
Obviamente no se trata de una “revolución por contrato”, es más bien un paso para democratizar el campo que sobrevive en épocas coloniales. Lo que se quiere es una reforma mediante la concertación civilizada, pues las revoluciones nunca ocurren por convenios (eso es una falacia lopista), pues su naturaleza es la de una insubordinación implacable que barre el Ancien Regime, como se dio con la revolución inglesa, la francesa, la soviética, la china, la vietnamita y la cubana. Los revolucionarios no necesitan a nadie, menos a la burguesía, para hacer la revolución. Ese es su asunto y lo asumen con todas sus consecuencias y retos.
Decir que el tema agrario tendrá un enfoque territorial no es mucha cosa. Pues es obvio que hay una perspectiva de ese orden, sin embargo es conveniente saber cuál es el sentido de dicha aproximación. Ya vimos, a propósito de los problemas urbanos, que desde la ley 388 de 1998, se introdujo dicho enfoque para dar pie a los Planes de Ordenamiento Territorial/POT municipales y Distritales, que en nada han resuelto las demandas populares de vivienda. Los POT han sido herramientas para agregar factores de competitividad que favorecen a los grupos financieros, como el de Sarmiento Angulo y el de Seguros Bolívar, con grandes inversiones en la industria inmobiliaria, base de sus gigantescas fortunas que dan hasta para comprar periódicos (El Tiempo y todos los otros medios) y financiar a politiqueros como don Germán Vargas Lleras, ahora en plan demagógico con 100 mil viviendas gratis que no concreta, para apuntalar sus planes de candidato presidencial.
Para lo único que han servido los POT es para mandar a vivir a los pobres en los extramuros y en zonas inundables y de alto riesgo de Bogota, Cali, Medellín, Barranquilla, Cartagena, Bucaramanga, Manizales y Cúcuta. El “ordenamiento territorial” es puro cuento de consultores acomodados, especializados en adornar con discursos estériles los negocios de sus contratantes, que todo lo convierten en mercancía y renta privada.
Así que la “tierra para el campesino que la trabaja” es el nombre de un verdadero desarrollo rural democrático y moderno, con plenos derechos políticos y justicia social para la población rural pobre y excluida.
Todo indica que La Habana se convertirá en un escenario positivo para el debate y acuerdo sobre este trascendental aspecto, que debe llevar un mensaje progresista a los campesinos. Veremos sus desarrollos, ojala con la más amplia participación de la sociedad civil rural popular colombiana.
Cúcuta, 17 de noviembre de 2012.